
Acabo de descubrir, en plena desolación estival, en el sopor de las tardes caldeadas, a casi cincuenta grados, que Spiderman existe, que tiene un equivalente en la vida real; pero, para mi sorpresa, no vive en New York, entre rascacielos que desafían a las alturas e interminables embotellamientos de tráfico, sino que actúa en la zona de la calle Feria, en el centro de Sevilla, en un escenario triste de calles vacías y negocios cerrados. El hombre araña, una denominación más acorde para este hombre de 47 años de edad por ser una versión castiza del mítico superhéroe, fue detenido el pasado jueves después de trepar por la fachada de una casa del popular barrio para desvalijarla, según informa ABC. Después de leer la noticia, y saber que su principal protagonista se ha colado en 37 viviendas habitadas desde que comenzó el verano, a una media de 13 por mes, me imagino a Alberto P.S., alias El hombre araña, como una especie de Hancock a la española, con un look harapiento, a lo homeless, piojos, calzonas y chanclas rotas incluidas, pero sin ningún afán por salvar al mundo, sino más bien el de salvar el pellejo. Me imagino a este ser dotado con poderes sobrenaturales para hurtar como una variante de Fantomas, aquel archivillano de las noveluchas francesas que aterrorizaba a la burguesía parisina, aunque más asilvestrado y menos elegante en las formas, como las de un gorrilla cuando no recibe propina por indicarte dónde puedes aparcar el coche. Me imagino a este émulo local del personaje creado por Stan Lee aprovechándose de que las ventanas y los balcones de la mayoría de los hogares están abiertos, con el propósito de aliviar el calor, para demostrar sus habilidades como escalador, activar su sentido arácnido y tender sus telarañas en propiedad ajena. Quién sabe. Quizás este personaje suburbial inspire una secuela de Watchmen, pero ambientada en Los Pajaritos.

