Lo ha hecho sin ser noticia, sin ocupar diariamente los espacios del corazón, por más que el suyo era uno de los que más dolían. Vivía en la discreta humildad de los mejores, en la sombra feliz del que tenía bastante con mirar a su estrella. Desde hace muchas semanas empezó la recta final de Caracolillo, teniendo que ser ingresado de una afección renal en el Hospital Virgen Macarena. Alcancé a visitarle en medio de una vida, la mía, que él sabía cómo se había puesto de difícil, mientras la suya empezaba a escaparse de las manos de los médicos. Allí besé por última vez al gran amigo, a una de las personas que más le debo ayuda, consejos, verdadero cariño, sinceridad para que me contara mil veces su largo camino en carne viva, sin paños calientes ni disimulos. ¡Qué bueno conmigo Caracolillo para comprenderme hasta cuando fui incomprensible! Pero yo también se lo contaba todo, no teníamos barreras, nos mirábamos los dos desde el mismo lugar adverso donde la vida coloca a los luchadores, a los supervivientes.
Federico había pasado lo suyo para triunfar en el mundo como bailarín. Ahora pocos lo saben recordándolo como el marido de Juana Reina, pero llenaba -¡Dios mío, con lo grande que es aquello!- el prestigioso Radio City Music Hall de Nueva York. Sin embargo, todo le resbaló el día que se encontró con la mujer de su vida. Se dedicó a ella en cuerpo y alma. Eso sí que lo sabe cualquiera. En esa entrega escribió su mejor biografía, dejó su gran ejemplo de hombre enamorado.
Al poco de irse Juana para siempre, me confesó una tarde, mientras tomábamos café en el José Luis de la Plaza de Cuba:
-Yo no tenía que haber querido tanto a esta mujer.
Le sangraba la ausencia y quería decir con eso lo que estaba diciendo: hasta dónde había llegado un amor cuya contrapartida al perderlo se le hacía insoportable.
No estoy seguro, si pienso en él y no en nosotros, en los que seguimos dale que te pego a esto de vivir, no estoy seguro de sentir pena porque se haya ido para siempre un hombre así de enamorado. Que nadie se escandalice. Este sentimiento sólo es capaz de asumirlo quien conociera bien a Caracolillo como él me dejó conocerlo. Porque su nombre llegó a ser un sinónimo de Juana y de Juana el suyo. Eso que llaman dos almas gemelas, las que ahora habrán vuelto a reunirse en la eternidad.
Se ha marchado en la paz de lograr ese reencuentro. Y en la tranquilidad de haber conocido a su hijo, a Federico, casado con una mujer excepcional, tal para cual. Al despedirme aquel último día al pie de su cama en el hospital le dije mirando a Yolanda, su bellísima nuera:
-¡Qué feliz me hace saber que tú y tu hijo estáis cuidados por una mujer así!
Disimulé todo lo que pude la conciencia de que aquello podía ser el principio del fin. En realidad yo sabía que desde aquel 19 de marzo en que Juana lo dejó, un hombre empezó a deambular, más que a vivir, por un mundo en el que nadie espera a nadie, en el que nadie aguanta a nadie, en el que pocos ceden, en el que sólo algunos se sacrifican por otros. ¿Qué tenía que hacer en un planeta así el hombre generoso que acababa de salir del paraíso de los besos de Juana Reina? Aunque parezca increíble en el año 2012 esta tarde, en Sevilla, alguien se ha muerto de amor.
José María Fuertes
DATOS BIOGRAFICOS
El bailaor y coreógrafo Federico Casado Algrenti, Caracolillo, falleció ayer a los 79 años, tras una vida dedicada al arte que le llevó a algunos de los escenarios más importantes del mundo, como el Olimpia de París o el Radio City Music Hall de Nueva York.
Aunque nació en Cádiz en 1933, se trasladó con seis años a Sevilla, mudándose al barrio de Triana junto con su madre, Isabel Algrenti y sus cinco hermanos.
Su sobrenombre proviene de su abuelo Francisco Casado, empresario de la desaparecida plaza de toros de Cádiz y popularmente conocido como Caracol.
A los 18 años, formó pareja profesional con la bailarina de origen italiano Minerva, y recorrió buena parte de Estados Unidos con sus actuaciones. Volvió a Europa para actuar en Alemania, Italia, Holanda, Suiza, Bélgica, Inglaterra, Escandinavia... Una triunfal gira que duró casi cuatro años y que empezó a darle gran prestigio internacional.
Más tarde, fundó su ballet con el que actuó en escenarios de Estados Unidos, desde el Radio City Music Hall de Nueva York hasta el Teatro Bijou de Broadway o los elegantes y selectos salones del Hotel Waldolrf Astoria. También participó en numerosos programas televisivos como los de Ed Sullivan y posteriormente recorrió Venezuela, México y Argentina.
Al llegar a España continuó con su Ballet, hasta que entró a formar parte de los espectáculos de la que luego sería su esposa, Juanita Reina, desde 1958 con el espectáculo Sevilla trono y tronío, escrito por Ochaíta, Valerio y Solano.
En todas las actuaciones de su esposa, Juanita Reina, Caracolillo dirigió y supervisó personalmente la puesta en escena y la dirección artística.
Desde 1976 y hasta 2002, año en el que se jubiló, dirigió en Sevilla la academia de danza de su propiedad Estudio de Danza Caracolillo, reconocida por la Junta de Andalucía y el Ministerio de Educación y Ciencia para impartir el Grado Medio y Superior, homologado su estudio de danza al Conservatorio de danza de Sevilla.