Sepan cuántos esta carta vieren como yo, Juan de Mesa, escultor, vecino de esta ciudad de Sevilla, en la collación de San Martín, otorgo y conozco que he recibido y recibí de la Cofradía de Nuestra Señora del Traspaso (…) dos mil reales de a treinta y cuatro maravedís cada uno, que yo obe de ayer por la hechura de un Cristo con la cruz a cuestas y de un San Juan Evangelista (…). E de ellos le doy esta carta de pago, que es fecha en Sevilla a primero día del mes de octubre de mil e seiscientos y veinte años».
Han pasado ya cuatro siglos. Aquella imagen de cedro es hoy el gran icono devocional de la ciudad y a la que han rezado nuestros padres, abuelos, abuelos de nuestros abuelos, reyes y pobres de solemnidad y de fe, enfermos, matrimonios que imploran un hijo o un trabajo. Todos ellos vieron reflejadas sus cargas ante ese hombre que camina con la cruz a cuestas, epifanía del Gran Poder de Dios de mirada compasiva y zancada inquebrantable. Hoy, 1 de octubre de 2020, Sevilla celebra el 400 cumpleaños del Señor.
La carta de pago entre Juan de Mesa y la hermandad del 1 de octubre de 1620
Tal día como hoy, en 1620, Juan de Mesa y Velasco firmaba la carta de pago con la que hacía entrega de la imagen del Gran Poder y de la de San Juan Evangelista a una hermandad que tenía ya casi dos siglos de vida pero que radicaba en el extrarradio, junto a la muralla, en el convento del Valle. Mesa vivía en la collación de San Martín, justo en un lugar conocido por aquel entonces como las Pasarelas de la Europa, por la cantidad de tablazones de madera que actuaban como puentes para salvar las inundaciones de la cercana Alameda. Esta zona, junto con la del Compás de la Laguna (hoy Molviedro), eran las más deprimidas de la Sevilla del XVII, llena de burdeles, pese a que ya este lugar se había convertido en un jardín, el más antiguo de cuantos se conocen, donde el Conde de Barajas mandó plantar álamos que acabaron dándole el nombre.
Allí, entre prostitutas, ratas, humedales y gentes de mal vivir nació el Gran Poder. La Providencia quiso que de aquel tronco de cedro viera la luz a golpe de gubia en la zona más pobre y que, de allí, marchara al extrarradio, junto a los muros almohades, para comenzar su caminar hasta hoy. En San Martín vivió, trabajó, murió y fue enterrado el hombre que esculpió a Dios. No fue rico, ni un don nadie, no fue un académico de la élite como su maestro Montañés, pero sí era uno de los más cotizados escultores del momento. Su defecto, o su virtud, fue que nunca se hizo notar, por eso su figura se diluyó durante 300 años hasta que fue encontrado este documento en los pasados años 20.
El historiador cordobés Alberto Villar, uno de los mayores especialistas en la obra de Juan de Mesa, relata cómo era aquella Sevilla capital del mundo y llena de comerciantes en torno al puerto. «Había una preocupación desde el clero -cuenta- por la confección de las imágenes. Todo estaba mucho más dirigido y, en aquel momento, aún se digería el Concilio de Trento. El gremio de los escultores pertenecía al de los carpinteros, no al de los pintores y artistas. Eran trabajos menestrales considerados de fuerza física y que debían pagar impuestos. Como un picapedrero. En la otra margen estaban los pintores, considerados a sí mismos como la clase superior y quienes tenían las ideas que luego otros copiaban y sólo ellos podían rematar policromándolas».
En Sevilla trabajaba Juan Martínez Montañés, que pleiteó de forma habitual con los pintores. Mesa siempre se apartó de esas disputas. Villar comenta que era consciente de su valía pero tenía muchas oscuridades en su vida, que hoy siguen siendo incógnitas. Su salud era delicada, hasta el punto de que pasaba por momentos (como aquel de 1620) en los que trabajaba como una máquina capaz de tallar imágenes en apenas seis meses y otros en los que desaparecía del mapa. Casado con María de Flores, nunca tuvieron hijos.
En Sevilla apareció en 1606 y, siendo ya un hombre formado, entró como discípulo de Montañés hasta que se independizó. «Tiene una etapa oscura en la que debió pasar por Granada, donde aprendió modismos que luego introduce en Sevilla. La estética de su maestro era el idealismo manierista que plasma en el Señor de Pasión o en el Cristo de la Clemencia, iconos de la perfección y la belleza más dirigidos a la mente que al sentimiento. Mesa trae otros argumentos y recupera formas que ya habían pasado de moda como la potencia de la obra de Durero y sus grabados. De ahí se basa para introducir el dramatismo de las imágenes». Nace el barroco.
Así, frente al idealismo de Montañés, se situó la fuerza y la humanidad de las imágenes de Mesa. Y ahí surge el Gran Poder. «Sus esculturas son el polo opuesto a la perfección de Montañés. Sin irregulares. Los hemirrostros son asimétricos, más humanos, cercanos al devoto. Lo mismo pasa con el efecto teatral: la zancada del Señor requiere que una pierna sea más larga que la otra. Sin perder la divinidad, se acerca a la humanidad».
¿Y por qué la hermandad le contrató a él y no a Montañés? Este historiador cree que una cofradía potente hubiera ido a por el maestro, pero en la del Traspaso eran «atrevidos», una corriente mayoritaria en aquella Sevilla. Quisieron algo rompedor y novedoso. «Los ambientes andaban entre lo antiguo y el manierismo. La mayor devoción era el Cristo de San Agustín y, entre las modernas, gustaba el de la Expiración del Museo». Los de la hermandad del Traspaso buscaron una aproximación a lo humano por la vía del dramatismo, y llamaron a la puerta de Juan de Mesa. Le encargaron un nazareno y un San Juan Evangelista -del que también se cumplen mañana 400 años- para completar la cofradía, que ya contaba con la Virgen.
Así, el 1 de octubre de 1620 se firmó el finiquito. El Abad Gordillo no citó al Gran Poder entre las principales imágenes de Sevilla. La devoción al Señor nació pero estuvo «medianamente dormida» hasta el siglo XVIII, coincidiendo con la estancia de Felipe V en la ciudad y con las predicaciones de Fray Diego José de Cádiz. Llegó el culto de masas en el XIX con los Montpensier y a la expansión universal de su devoción tras la Exposición de 1929, cuando se multiplican los azulejos.
Los de la hermandad del Traspaso contrataron a Ruiz Gijón para el paso en lugar de a Roldán. Acudieron a segundas firmas. Luego la historia dio la vuelta. Aquel Nazareno que nació en un pesebre cercano a la Alameda se convirtió en el Señor de Sevilla. Hace 400 años.
Foto Antonio Rendón Domínguez