Hay tantas formas de marchar como personas. Hay quién camina en soledad como si estuviera caminándose por dentro, descubriendo sus universos interiores. Ignoran los coches que los adelantan con urgencia infinita pero detienen la mirada en un caracol furtivo sobre un guardarrail o sobre un copito de amapolas que se asoma entre los trigos y lo hacen con la reverencia de quien está a punto de entender el porqué y y el cómo de todo. Otras personas caminan en colleras indestructibles y prefieren el riesgo de asomarse a la calzada antes que renunciar a la compañía elegida. Y luego están las que saltan de una compañía a la otra buscando que la novedad de la charla ocasional les libere del hastió de poner un pie tras otro en el asfalto. Las hay liebres que adelantan la cabeza de la marcha y protestan del paso cansino de las tortuguitas despaciosas.
Hoy salimos de Trebujena por una recta y un llano infinitos. Casi echábamos de menos el arrugarse en colinas de la carretra en la ruta de ayer. Lo de hoy era una etapa corta, apenas una docena de kilómetros que se fueron metiendo en la marisma del Guadalquivir agreste en ocasiones, domesticada en cuanto nos acercamos a las organizadas parcelas lebrijanas dónde aprendí a coger algodón y poner en aprietos a las primeras máquinas recolectoras allá por los años 80.
Los chicos de la comunidad saharaui trebujenera, camiseta negra de la marcha sobre su piel morena, encabezaban y daban brío y ritmo a la marcha. Me recordaban a los Panteras Negras de los EEUU pero con mucha menos marcialidad y muchas balas de sonrisas.
Lebrija nos recibió afable. Un par de veces tuvimos que responder a los aplausos espontáneos de algunos jóvenes locales. En una plaza céntrica nos esperaba la comunidad local y algunas autoridades. Naranjas y palabras. Prefiero , si hay que elegir, las primeras. Manu Basallote lo volvió a decir: “Es momento de hechos, no de palabras”. Sánchez – el de “Sánchez atiende el Sahara no se vende” debe ser valiente. Lo dudo. No es que sea cobarde. Es que sus intenciones y motivaciones son otras. Sigamos caminando.
Al mediodía, el arroz de Esperanza a quien Manu había traspasado la tutela de los caminantes y la sonrisa franca de A. Una saharaui que habla con acento de Trebujena. El mejor de los masajes en nuestros ojos y nuestros oídos. Y por la tarde, mas amigos lebrijanos. El Tito y la Loli, casi nada.
Me duermo recordando el andar tranquilo y firme de Diego y la sonrisa de A. El mejor relajante.