Cada verano vuelo a los mismos temas: GOYA, PERSONAJES, RETRATOS,…Me encuentro ahora con un recorte de MANUEL RODRÍGUEZ. RIVERO sobre JAIME SALINAS y no me resisto a comentar esa mezcla de elegancia, socarronería, inteligencia, intelectualidad, sabiduría, astucia, …que muestra en la foto –sin firma aquí- que incluye el dominical de ABC del 8 de diciembre de 2003.
SALINAS está en un interior. Posiblemente de su casa. Está sentado sobre un sillón forrado con una tela de cuadros azules de estilo “provenzal”, mirando al espectador –es decir, a nosotros- mientras se gira sobre sí mismo mostrándose lo suficientemente displicente, para no parecer altivo aunque esa actitud casi lo roza.
Es una perspectiva algo forzada, porque el sillón en sí ya está en diagonal y no ofrece una vista frontal ni lateral, sino oblicua, una situación espacial a la que tanto contribuye su pierna derecha en esviaje. Parece que sonríe, pero su expresión es fría como el hielo y algo desafiante, o eso me parece, cuando en realidad pudiera ser a la defensiva de la cámara y de saber de sobra que esa imagen suya perdurará vagando por el tiempo, mientras dure la edición del periódico donde va a insertarse. Puede que en 2003 aún no existiera prensa digital, aunque sí ya se digitalizaba, y por tanto cabría la esperanza de que siguiera prolongándose en el ciberespacio y en el cibertiempo, emergiendo al ser invocada en cualquier parte de los mundos que habitemos/conozcamos.
Es un exquisito, me digo mientras le veo y le reveo una y tantas veces como considero necesario para captar su esencia. Pero JAIME se me escapa, quiere eludir el que ahora, después de tantos años que incluso ya ha trascendido y no está con nosotros, nadie ose perturbar su descanso eterno, aunque esta eternidad ya la tenía en vida, porque hay personas como él, que llevan el destino impuesto por delante y es este el que traza su camino.
Me descubro pensando que es un cínico, alguien con suficiente humor zumbón como para arrojar a la cara lo que piensa de nosotros, y si no lo dice, desde luego que lo piensa sin ocultarlo porque su expresión es transparente, su media sonrisa, también. Recuerdo mientras recorro sus facciones, las otras sonrisas famosas de la Historia: la de la GIOCONDA desde luego, la etrusca de los sarcófagos de los esposos de Viterbo, la que no tiene traducción porque reside en el “Enigma” como la suya.
JAIME es un sibarita, se percibe a leguas que es alguien para el que la belleza es una necesidad cotidiana, una jerarquía del orden de las cosas: los muebles, los libros, los cuadros, los jarrones de flores de las mesas, las mesas mismas con los objetos seleccionados a la manera de decorado de fondo. Nada al azar. Todo en su medida.
Por eso me gustaba JAIME y me sigue gustando ahora como entonces, en aquellos momentos en que debería haber tenido el valor de ir a Madrid, a Barcelona, a cualquier ciudad o país donde pasó temporadas de su vida y algo se le adosó de cada una. Pero me sigue intimidando. Creo que es un vidente que va a calificarme y eso sí que no me agradaría, aunque quién sabe.
Está “deshabillé”, quiero decir que no viste traje de chaqueta, smoking, frac, protocolo, ceremonia,…sino una blusa, un pullover y un pantalón convencional que sabe usar no obstante como un modelo de revista, pues es evidente que ha seleccionado de entre todo su vestidor esta ropa sencilla. Sus gafas, el reloj que se insinúa bajo la mano izquierda, la pose relajada casi como fortuita, aunque se nota ensayada previamente hasta alcanzar la torsión, los grados del tres cuartos de perfil, una serpentinata que desde la cabeza le recorre hasta debajo de la rodilla. Unas líneas que se contraponen simétricamente en el roleo de lo que parece ser una butaca debajo de la mesa, que se destaca entre las verticales y horizontales del encuadre.
JAIME tenía entonces 78 años y aún le quedaban 8 para cruzar el umbral que nos separa, pero parece un joven recién graduado en Harvard, un deportista a punto de salir a pista, un cazador a la busca de escritores y buenos conversadores, esto es, en busca de palabras con las que ser feliz, transmitir esa plenitud en cada momento, inocular a espíritus libres como el suyo.
Me dejo seducir con esa foto hoy, como lo hice el día que la recorté y guardé y encuentro ahora que repaso mi personal hemeroteca, antes de que desaparezca tal vez ya para siempre en la niebla del papel. Por eso se escribe, JAIME, lo sabes bien. Para dejar rastros, migas de pan, señales en la arena. PULGARCITO lo sabía. También BORGES y VARGAS LLOSA y todos los magnos y magos autores universales, como tú, el editor de los escritores, el escritor de los editores porque acababas de publicar el primer tomo de tus “Travesías, 1925-1955” en Tusquets. En ella seguimos tu senda inevitablemente, con el recuerdo de esta foto que me sale al paso en la tarde calurosa de un domingo de agosto en Sevilla. TERESA LAFITA