Parece como si la gente hubiera empezado a tener alas en los pies. Se camina de otra forma se vive de otra forma y hasta se espera de otra forma.
Es la luz. El poeta del Alcázar dijo entre melancolías de jardines que el secreto de Sevilla está en su luz. Yo creo en el Evangelio apócrifo de Joaquín Romero Murube. Y es esta luz de Sevilla la que empieza a sitiar sus plazas y sus calles. Es esta luz de Sevilla la que comienza a tender su emboscada por todos los rincones, la que no nos deja escapatoria, la que nos atrapa y embauca por todos los senderos, la que nos sale al encuentro por todos los atajos, la que se cuela por todos los resquicios. Es esta luz de buena nueva de cada primavera, esta luz de anuncio de Semana Santa, esta luz de brisa con ecos de júbilo de Estrella Sublime.
La ciudad se arrepiente de su invierno, le atenazan las culpas de sus fríos, y se propone una enmienda blanca de azahares para vivir un tiempo de gracia.
Es la redención de la luz en esta forma de salvarse Sevilla. Nadie da un rodeo para esquivar los lugares donde aguarda el aroma más intenso. Ni tememos la emboscada de la luz por las barreduelas y las callejas más recónditas. Estamos rendidos de antemano. ¿Quién podría con Sevilla? Tiramos las armas, entregamos los trastos de matar el tiempo, los avíos de avanzar sin parar absurdamente por las horas, en esta vida que parece haberse convertido en solo apta para atletas y corredores de fondo. Porque corremos, corremos, corremos, hacia todas partes corremos. Pero se acerca el tiempo de la quietud y de la contemplación, el de mirarnos por dentro mientras nos fascina lo que hay fuera.
Sevilla va a derribarnos por todas partes, agotará cada una de nuestras defensas, derrumbará cada uno de nuestros muros, nos acosará en todos nuestros sentidos: por el tacto llevando las manos hasta la caricia de los mantos y el beso a lo sagrado; por el oído como diana de la música de las bandas clavando evocaciones; por el olfato recomponiéndose del suave mareo de la anestesia del azahar; por el gusto de manjares dulces como el de las torrijas, o el salado de los pavías y el bacalao; por la vista, que nunca acaba de creerse el famoso color especial de Sevilla.
Es la luz. No cabe duda de que es la luz. Es la redención sevillana de la luz.