Entre otras buenas cosas, en Sevilla tenemos un gran cardenal. La Iglesia necesita en estos momentos altura de mitra y una especial clarividencia para discernir lo estrictamente civil de lo canónico, las sensibilidades sociales de las creencias religiosas y lo accesorio o semántico o de lo esencial.

Afortunadamente todos podemos manifestarnos en contra de las iniciativas legislativas de nuestros representantes políticos y las instituciones, ciudadanas o eclesiasticas, también tienen derecho a apoyar o incitar una determinada manifestación. Pero siempre debe respetarse la tácita disidencia, máxime cuando los posicionamientos de los órganos colegiados parecen no coincidir con las opiniones de sus miembros más cualificados.

Es conveniente y necesario diferenciar claramente lo cívico de lo religioso, lo laico de lo eclesiastico, el matrimonio civil del canónico. Las confusiones a nada bueno conducen y no se entienden en un Estado constitucionalmente aconfesional, que debe mantener relaciones de especial cooperación con la Iglesia Católica, a la que pertenecemos la mayoría de los españoles.

Incuestionablemente ha sido una manifestación justa y legítima de ciudadanos, como nos había recordado el cardenal arzobispo de Sevilla. ¿Pero existía motivación suficiente para que la Iglesia Católica la apoyase explícitamente? O dicho en otros términos: ¿era oportuno, necesario o conveniente que desde la Iglesia de Sevilla se invitase a los católicos a participar en ese acto cívico? Una vez más, el cardenal Amigo ha acertado en su magisterio y no es justo que se le critique por ello.

La Iglesia ha de ser ajena a siglas y colores políticos. Nunca son buenas las confusiones. Nadie duda que la familia es un gran valor social y católico. Por eso hicieron bien los ciudadanos que creyeron que debían manifestarse en defensa de la familia. Pero también hicieron bien quienes pensaron que esa manifestación era un fenómeno de confusión bienintencionada de ideas.

En ese dilema, nuestro cardenal ha acertado al no interferir con su autoridad moral en el libre posicionamiento de los fieles ante una ley que, obviamente, ni afecta al matrimonio canónico ni a sus efectos civiles. Ciertamente, la púrpura del cardenal Amigo no tiene ningún color político y somos muchos los que nos congratulamos por ello. A veces la inteligencia se manifiesta en las minorias. En esta ocasión el cardenal de Sevilla ha vuelto a estar por encima de las confusas circunstancias del momento, precisamente cuando los católicos españoles necesitamos más que nunca altura de mitra.