Resulta fácil sostener que, entre otras muchas facetas, los tradicionales corrales de pesca o de pesquería existentes en nuestra localidad constituyen un atractivo turístico de primer orden. En una época en la que parece primar lo casi clónico (golf, golf y más golf) nadie es capaz de restar un ápice de valor a los elementos propios que constituyen nuestro patrimonio cultural y sobre los que resulta no tan solo lógico, sino hasta imprescindible, articular nuestra oferta turística local.
Estas ancestrales artes de pesca han perdido su carácter de elementos de primer orden para arrebatar sus frutos al mar, pero mantienen otros muchos de valor incalculable: junto a su condición de atractivo turístico, ya mencionado, cabe señalar que constituyen un hábitat natural imprescindible para el desarrollo de muchas especies o su capacidad para defender la costa de la erosión marina. No creemos que haya alguien que no se pueda sentir encantado de ver nuestros a nuestros queridos corrales, durante cada jornada de cada temporada estival, visitados por cientos y miles de personas. Es gloria auténtica comprobar cómo los más jóvenes descubren los secretos de la vida entre sus intersticios y huecos, o como los más pequeños disfrutan de sus baños en esas piscinas (en realidad piélagos y cuartelillos) que tanta seguridad les proporcionan en sus juegos.
Otra cosa muy distinta es cuando la conducta y el comportamiento de algunos de estos visitantes no son tan bucólicos, ni lícitos... ni incluso lógicos. Arrancar o tirar partes de su estructura, romperlas en la nunca suficientemente desterrada actividad de captura de ostiones, o atentar contra las propias especies (ejemplo máximo en el caso de las entradas de los populares chanquetes) son situaciones y actividades que ya no deben ser permitidas, y aún menos dejar que perduren en el transcurso del tiempo.
Durante toda una aciaga temporada baja (en más de un sentido), y más concretamente desde el mes de diciembre del pasado 2009 y hasta el reciente mes de junio, las constantes (casi permanentes) visitas de los miembros del Servicio para la Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil han hecho inviable, totalmente imposible, un aprovechamiento tradicional que se remonta, como poco, al siglo XIV. Han sido meses durante los que unas pocas docenas de respetuosos continuadores de esta tradición han sido virtualmente perseguidos por ello. No obstante, ahora que son miles los visitantes de los corrales, y ahora que es la época en que se registra un auténtico impacto medio-ambiental negativo, los miembros de este Servicio no hacen acto de presencia.
¿Le encuentran Uds la lógica a esto? Pues solo cabe pensar en una: en el hecho de que no se actuara durante la temporada baja en auténtica protección del medio ambiente, sino con el claro y puro afán de dar la puntilla a una tradición que se pierde en la noche de los tiempos. De otro modo... ¿no sería precisamente ahora cuando habría que multiplicar los esfuerzos de supervisión, vigilancia y control?