Me pongo a ver el Sevilla Press y encuentro la sorpresa de que va en portada el último artículo que envié a su director. Lo escribí, como tantas veces, desde las tres razones que más sinceramente me dominan: la de la pasión, la de la emoción y la del corazón. Esas son mis mejores maneras de pensar. Y así, de un trazo, me salió el alma heredada de rociero, la que me legó aquel abuelo Rafael que parece el ventrílocuo que trae de lejos y me pone en los labios las palabras de hoy escuchadas siempre. Pero leo su título (se fueron), y en vez de evocarme ahora un paisaje de carretas que como en la foto se va alejando tras una bruma de arenas, me hace un guiño burlón que me recuerda al Ayuntamiento. Se fueron el jueves me gasta una broma en sábado. Es un trueque cargado de ironía, una cachonda permuta por la que cambio un significado por otro. No hay quien pueda con la cabeza cuando coge por el camino de la guasa. Yo vivo en la ciudad de la gracia y de la guasa. A la gracia llega poca gente; pero a la guasa raro es el que no está apuntado, por eso caigo en la cuenta de que este es el fin de semana de los que se fueron: los que se fueron al Rocío y los que se fueron del Ayuntamiento. Este es el fin de semana en el que en Sevilla no va a quedar más que Zoido con sus concejales. Y como no es cosa de repetirle a Miguel Gallardo el título de la última columna, le doy una nueva con el apellido de la anterior: ¡Por fin!
¡Ya era hora! Ya era hora de que Zoido tomara posesión del Ayuntamiento, al que llega con efecto retardado de muchos años por culpa de una ley electoral de risa, que es como están hechas tantas leyes en España: para que nos riamos o para que lloremos. Tú te metes en el Parlamento y no sabes muy bien si has atravesado la puerta de un noble edificio madrileño de la Carrera de San Jerónimo, o la del cuarto de los espejos en la calle del Infierno cuando la Feria estaba en el Prado. Empiezas a mondarte de verte deformado. Y coges los códigos, las disposiciones o los decretos ley -¡uy el espejo de los decretos ley- y no te reconoces ni tú mismo en el barrigón que te sale o en la estatura que pierdes. Si entras con unos cuantos más, ni te digo la carcajada donde llega viendo que están iguales o peor que tú.
¡Ya era hora! Espero que Zoido no tome, esta tarde de sábado del Rocío en el que no va a quedar nadie en Sevilla, posesión de otra cosa que no sea un servicio a los demás. Espero no coja el bastón de mando ni pruebe lo blandito que está un sillón de esos con damascos. Lo único que espero -lo que esperamos todos- es que no se aferre a nada que le dé el cargo y no olvide que somos nosotros los que verdaderamente nos hemos aferrado a él como al clavo ardiendo de recuperar la democracia, de sacar a los contenedores de Lipasam -que para eso tiene la Escoba de Oro- las bolsas negras y malolientes de las corruptelas, de devolverle a Sevilla una ilusión y una alegría que apenas palpitaba ya en la letras de algunas sevillanas.
Zoido es desde esta tarde de sábado de Rocío el nuevo Alcalde de una ciudad grande de espíritu. Los demás, los que la machacaron, se fueron. O los echamos, mejor dicho. Los echamos con la democracia a la que fingieron pertenecer. ¡Por fin!
José María Fuertes