La vida está llena de símbolos. Y guarda suculentos significados de lo que acontece en ella y cómo acontece. Hace unos días, a punto de visitar España Benedicto XVI, alguien decía con gracejo andaluz por la tele: El Papa viene con toa la caló. Llevaba razón. Mira que se pueden elegir momentos para aterrizar por estos lares. Mira que hay fechas para organizar una visita de ese calibre, que mueve a miles de personas para desplazarse, desde los más lejanos puntos -como Nueva York-, hasta Madrid. Pero Dios parece señalar a los hombres de hoy, más que nunca, en tiempos tan difíciles, que su mensaje corre prisa, es urgente, no está para demoras; y mucho menos para comodidades nuestras, ni siquiera las del Papa. El mundo, como decía el tango en Cambalache, es una porquería. Y el Evangelio no está para remilgos. Por eso tiene que llegar con toa la caló, o con todo el frío, o con la peor nevada. Se le han acabado las programaciones con ambientes apacibles. Tiene que fajarse en los climas más crudos, arremangarse los pantalones, la ropa, y meterse descalzo en las charcas.
Así ha sido desde las altísimas temperaturas superando los cuarenta grados, a las tormentas de verano queriendo y consiguiendo arrasar con lluvia y vendavales las carpas de los peregrinos en el aeródromo de Cuatro Vientos (qué imprecisión llamarse así estos días aquel lugar). Hasta el solideo del Papa acabó por los aires. Pero eso no era más que salir volando un gorrito blanco. Nada ha podido arrebatarle las palabras de Cristo. Por el Papa no ha quedado. Si esas palabras también se las lleva el viento, allá nosotros. Y ningún agua ha logrado ahogar los entusiasmos de una juventud verdaderamente indignada con el monstruo que se está haciendo del hombre y de la mujer.
Sí: el Papa ha venido con toa la caló y entre todas las tormentas. Eran los ingredientes inalcanzables para seres humanos que le esperaban ávidos y hambrientos de un microclima de esperanza. Era el atrezzo completo de una realidad global en contra del cristianismo. Era la puesta en escena perfecta para entrenar a miles de corazones en superar una durísima tarea de perseverancia. Creo, modestamente, que por esta vez y en España el Evangelio ha quedado dicho como Dios quería: luchando contra los elementos.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado