Me lo encontré la última vez durante la misa en recuerdo de Miguel Ángel de la Cueva. A mí no me gusta decir eso de la misa por el alma de nadie. Yo no creo en un Dios al que hay que rogarle una y otra vez que salve a alguien, que le abra no sé qué puertas difíciles, que haya que darle la lata para que se deje caer con la gloria, cuando lo único que nos espera es la sorpresa de hasta dónde llega el Amor. Me lo encontré y escuchamos juntos aquella misa, nos dimos la paz -que iba a quedar entonces más a su alcance que al mío- y llegando la ceremonia al final, le pregunté a Peregil cómo estaba:
-Aquí ando, a ver si puedo con este toro.
Este toro era el cáncer. Otra vez con otro.
Conocí a Pepe a principios de los ochenta. Quise hacerle una entrevista para la publicación Sevilla Nuestra, que yo dirigía, y tuvo lugar en el despacho de quien nos presentó: aquel gran sevillano y señor llamado Antonio de la Torre Morró, padre del periodista Antonio de la Torre Simó y suegro de Gloria Gamito. Desde entonces tengo muchos recuerdos con el Peregil. Pero es que hoy Sevilla entera está llena de recuerdos del Peregil, llena de ecos con su atronadora voz, la que mereció el fino humor de Paco Gandía, que dijo aquello de que el Peregil no le canta a los cristos; el Peregil les riñe. Sevilla está llena por sus calles y plazas del sonido rotundo de sus saetas atenoradas, capaces de abarcar la inmensidad de las noches en el Salvador o en el Museo.
Acabo de despedir, con centenares de personas que habrán superado el millar, sus restos mortales en el templo de Los Terceros. También me niego a decir lo de el último adiós, porque detesto las frases hechas que mienten. Voy a encontrarme siempre con Peregil, lo mismo que siempre se lo van a encontrar los sevillanos, en las esquinas y en los balcones inolvidables de su memoria. Hace sólo unos días le dejaba a nuestro director, Miguel Gallardo, la promesa de esperar en el del edificio de Sevilla Press, en la calle Jesús del Gran Poder, al omnipotente Señor de San Lorenzo para cantarle su saeta de hace ya muchos años. No me la perderé. Yo sé que él no le fallará ni a Miguel ni al Gran Poder. Peregil era tan hombre de cante como de palabra, de vestirse por los pies, de ser bueno y honesto con todo el mundo. Por eso le están llorando ahora mismo en tantos lugares de España y no sólo en Sevilla. Le están llorando en Manzanilla, su pueblo natal, y cuyo Ateneo le rindió un homenaje el pasado 22 de diciembre, además de que el próximo día 28 de enero se le vaya a nombrar, como estaba previsto y sabido por el propio Peregil, Hijo Adoptivo, un reconocimiento que por desgracia las circunstancias han convertido en título póstumo.
Sé que le están llorando en Zaragoza, donde una familia, los Barnola, era infalible en sus visitas al Quitapesares cada vez que llegaban a Sevilla.
Peregil se nos ha quedado, a Sevilla y a mí, en los brazos de incontables recuerdos y anécdotas. Se nos ha quedado en las caras tristes de esta tarde: las de Enrique Esquivias, Joaquín Sáinz de la Maza, Jesús Quintero, Enrique Casellas, José Luis Montoya, Cantores de Híspalis, Amigos de Gines, Pepe Sanz, Juan José Vega, Pepín Castillo, María de la Colina, Rafael Juliá, Pepe Lineros. Se nos ha quedado Peregil en las lágrimas de Pastora Soler, incontenibles al ver partir el coche por la repleta calle Sol mientras una atronadora ovación daba fe del cariño más sincero de la gente.
Y se nos ha quedado Peregil, por siempre siempre siempre, en el estruendo de su pecho, por el espacio negro y luna de la Plaza del Museo cuando esperaba a Nuestra Señora de las Aguas para rezarle por martinete la invariable esperanza del clavel, que hoy es su esperanza:
LA ROSA DIJO AL CLAVEL
Y EL CLAVEL DIJO A LA ROSA:
VOY A MORIRME A LOS PIES
DE LA VIRGEN MÁS HERMOSA.
José María Fuertes