Lo cuenta Alejandro Marvizón: Lo increíble fue cuando se entretuvo al entrar, para deleite de todos los sevillanos y macarenos, con sus marchas una detrás de otra, parones, giros de 360 grados, entrada en el arco y varias saetas larguísimas y muy bien cantadas, cuando cantamos su himno todos llorando a la par de su marcha maravillosa, cuando al cruzar el dintel de su puerta, sonando el himno nacional, dejándonos desolados por su final, el cielo volvió a cerrarse y comenzó de nuevo a llover, o el cielo a llorar, y nosotros al ver la gotas de lluvia sí que rompimos a llorar aún más si cabe. Fue como cuando a Moisés se le abrieron las aguas del Mar Rojo y al pasar y salvar a su pueblo volvieron a cerrarse. No sé, creo que estábamos en la Gloria misma y Ella lo disponía todo a su antojo, y a mí esta noche se me antoja eterna y celestial. Seré un sentimental, pero no creo que nada de esto fuese casualidad. Fue maravilloso, Pepe. Escríbelo tú con tus palabras y tu magnífica pluma cuando tengas un ratito. Me encantaría. Un fuerte abrazo.
Querido Alejandro: Hay cosas que no se deben escribir, sencillamente porque ya están escritas. Caería en la arrogancia de enmendarle la plana a quien la ha dejado, como tú, de un trazo desde sus entrañas. No se podría mejorar el texto que queda en tu corazón, en vuestros corazones de macarenos acompañándola. Ahí dentro se guardan las palabras que nunca se podrá llevar el viento. Ahí va grabada la crónica de la mañana inolvidable que tú mismo nos has contado sin necesidad de nadie. ¿Qué falta hago yo? Si lo habéis visto vosotros, si lo ha visto Sevilla, si lo ha visto el mundo ¡Un milagro! Lo que pasa es que de los milagros el primero sorprende y los siguientes se esperan.
Te agradezco tu encomiable encargo, que en sí mismo ya honra a quien lo recibe, pero si una pluma puede contar ese regreso que no es más que la más bonita forma de volver a empezar, es la pluma que parece escribir todos los hermosos tiempos de su Esperanza regalada, todas las madrugadas deshechas de negruras en cuanto Ella avanza hacia el dintel de la Basílica, la pluma que prendida a su talle le dejó Muñoz y Pabón para que se contara la historia sin fin de su Gloria. La Macarena no necesita que yo ni nadie la cuente, porque Ella se cuenta sola en la brillante escritura de su llanto, como un acróstico de cinco lágrimas en el bellísimo poema de su Esperanza.
Ayer formaste parte del Éxodo hacia la Tierra Prometida de su coraje, de su tenacidad para lograr un mundo mejor, una población más humana y solidaria, un planeta más justo que no lleve por delante el Ecce Homo víctima de tantas desvergüenzas. Ayer sumaste tus pasos al caminante Pueblo de Dios buscando dejar atrás tantas esclavitudes y tantos pecados. Y te miraste en el pacífico lugar de sus ojos, donde descansamos de tantas luchas y desde donde se emprenden las que siguen. Ayer cruzaste las aguas, viendo tú mismo el prodigio de que se abrieran mientras Ella atravesaba la única marea del delirio de los necesitados.
Puede, Alejandro, que seas un sentimental. Yo soy otro. No te preocupes. Las cosas que te parecieron ser, lo eran realmente, no casualidades. La gente fría se pierde muchas cosas. A nosotros los sentimentales nos va a tocar siempre, como alguien dijo, reír todas nuestras risas, pero también llorar todas nuestras lágrimas. No importa. Es parte de haber aprendido con su cara que está todo al completo: la sonrisa y el llanto; la desesperación y la esperanza; el abatimiento y el resurgir.
Es verdad, Alejandro, que cada vez que Ella se prueba un cielo, le queda a la medida. Y a nosotros nos parece increíble el milagro de alcanzarlo las benditas horas en las que La Macarena nos asoma a verlo. Otro fuerte abrazo. Pepe.
José María Fuertes