Entré con mi amigo Raul Correa en el camerino de Manolo Escobar. Nosotros no habíamos visto su espectáculo en el Teatro Álvarez Quintero, que acababa de terminar. Teníamos doce o trece años, no más, y ni un duro de los que hacían falta para pagarnos dos butacas. Pero le queríamos conocer en persona, en carne y hueso decía la gente de entonces. Y nos valimos de la pequeña puerta de artistas que estaba por la calle Arguijo, donde cortejábamos a las niñas de las Teresianas al salir de su colegio.
Manolo Escobar estaba en batín, sentado ante el espejo ese tan propio de bombillas rodeando el marco. Le saludamos, y a mí en concreto me dijo:
-¡Qué frías tienes las manos, coño!
Me hizo gracia, mucha gracia, porque entonces no había Sálvame y con Franco era imposible escuchar un taco por la tele.
¡Quién me iba a decir aquella noche que, andando el tiempo, yo acabaría escribiéndole canciones a Manolo Escobar! Y lo mejor, siempre lo mejor en la vida: que íbamos a ser grandes amigos, que nos apreciaríamos tanto.
La idea de que Manolo Escobar cantara mis cosas se la debo a Miguel Caiceo y a Charo Reina.
Fue una de las experiencias más bonitas de mi vida. No sabría explicar la sensación tan rara que se siente cuando algo que has escrito en tu habitación, con la guitarra, en voz baja y para ti mismo, toma el aire de la vida y sus caminos y acaba cantado por una voz que forma parte del sonido de tu país desde que eras un niño. La voz del carro que nunca se encuentra, la voz del retumba retumba del Porompompero, la de la madrecita María del Carmen, la de Viva España y la voz hasta de los peces en el río, resulta que lleva ahora por tantos caminos de la patria mía y sus escenarios, Quédate, Me vuelve loco Sevilla o el Arrumácate.
Querido Manolo: jamás podré devolverte este regalo que hiciste, sin saberlo, al niño del camerino que llevaba las manos tan frías.
Te vas con ochenta y un años. Eso dice el DNI. Pero has compartido montones de veces conmigo tu vitalidad, tu inagotable energía. Por eso sé que tu alma, tu espíritu, todavía está en el día que dejas tu trabajo de cartero con tus hermanos -¡ay, los famosos hermanos de Manolo Escobar como ángeles de su guarda con guitarras!- y le dais el disgusto a tu madre con la historia de que vais a dedicaros a cantar.
Querido Manolo: gracias por tantas cosas.
Porque conocí Barcelona gracias a ti, que me invitaste a tu mismo hotel varios días para que no me perdiera tu debut con mis canciones. ¡Dios mío! Cuando vi la gran manzana del teatro rodeada por el público para ir entrando poco a poco. Lo tuyo no son admiradores. Lo tuyo es devoción pura y dura. Es la cola del Cautivo.
Y el día que también me invitaste a Málaga y almorzando juntos en Benalmádena me regalaste un décimo de Navidad. Fue la única vez que me ha tocado la lotería. Repartes la suerte mejor que el calvo aquel de los anuncios.
Y cuando mi hija Marta, con poco más de doce meses, pasó por aquel estado crítico de su neumonía, y llamabas casi todos los días para saber cómo se encontraba ingresada -¡durante un mes!- en el Hospital Infantil. Le regalaste un pijama diseño de Ágatha Ruiz de la Prada y un peluche de Winnie the pooh.
Son muchos recuerdos, Manolo; junto a ti y a tu sobrino Gabriel, que lleva tus asuntos y tu representación de maravilla.
Cuando te vayas con tu última canción en directo, a lo largo de una gira de despedida, serás para España la evocación de una época que se nos va a borbotones, empujada por tiempos y gentes de otras hechuras -ni mejores ni peores- que cada vez tienen menos que ver con aquella que vivió de una forma irrepetible: con catones, sin ordenadores, con meriendas de pan y chocolate, sin hamburgueserías, a cuarenta o a treinta y tres revoluciones por minuto, sin compact-disc, con agujas recambiables, sin rayos láser, bajando a los buzones por si teníamos carta, sin correos electrónicos de fulminante velocidad y destinos inmediatos
Cuando te vayas serás un eco de mañanas del Teatro Calderón por la campaña de Navidad de doña Carmen Polo. Y un montón de películas con inocentes besos a Conchita Velasco, uno de ellos aquel que le diste en el puerto a una dama que no conocías. Serás una vaga nostalgia de la morena de tu copla. Y el brindis a los cuatro puntos cardinales de tu España, que vivan los cuatro juntos, que forman nuestra bandera.
Y yo, Manolo, querido Manolo Escobar de toda la vida, te juro por lo más sagrado, que entre tantas cosas que has sido (el marido de la alemana, el padre de Vanesa, el de Almería hecho hombre en Cataluña, como tú me decías), entre tantas cosas, gran amigo, te voy a recordar siempre, emocionándome, fíjate que cosas con la de cosas que has hecho, por un pijama y un peluche de Winnie the pooh. Te quiero.