Una de las más valiosas experiencias que pueda tocarte en el mundo artístico es trabajar junto a Pascual González, que tengas la suerte de que al líder de Cantores de Híspalis se le ocurra que colabores con él. Yo la tuve.
La inspiración de Pascual González puede surgir desde la intimidad más guardada del artista, desde ese lugar que en su propia casa él llama mi rincón. Pero el destino de su privacidad acaba siendo generalmente lo que yo llamaría el colosalismo abierto. Y eso, ¿qué es? Eso es el planeta que habita Pascual González, desde el que partieron tantos éxitos nacionales e internacionales, como A bailar, a bailar, la sevillana que dividió la historia de Pascual González en un antes y un después, por la que tuvo que irse a vivir a Madrid.
El colosalismo consiste en tirar la casa por la ventana, en hacerlo todo a lo grande y por todo lo alto: las seis cuerdas de su guitarra que en principio se alían con su genio para la creación artística, acaban en orquestas sinfónicas de Londres, Berlín o Moscú; corales con decenas de voces; exóticos instrumentos traídos si hace falta desde la mismísima India, como pasó con una tabla que aportaba un sonido singularísimo. El colosalismo es llamar a Tito Puente si a Pascual le da el puntazo del son cubano por la sangre que corre de La Calzá; o a Julio Pardo si le da por levantarse una mañana con latidos de habaneras y comparsas. Pascual es un genio tan maraviloso como el de la lámpara. Es una fehaciente demostración de la gran parte de brillante inteligencia que sólo reside en la locura.
Así creo yo que empezaría en su cabeza la Misa de Navidad, Artistas Andaluces por la Paz. Una obra musical propia de egipcios construyendo pirámides. Una mastodóntica composición desde la base a la cúspide.
Recuerdo las sesiones de grabación en Alta Frecuencia, la decisiva y fundamental batuta del maestro Puntas (que se encargó de la dirección musical), la sucesión de los numerosos cantantes dejando cada uno su emocionante y entregada interpretación ante los micrófonos (Calixto Sánchez, El Peregil, Juanito Valderrama, Romero Sanjuán, José Manuel Soto, José de la Tomasa, Los del Río, José María Maldonado, no sigo, que vienen después los líos de los olvidos ). Recuerdo también la rueda de prensa en el Hotel Los Seises -en la que Pascual me invitó a formar parte de la presidencia-, la participación comprometida del arzobispo Amigo Vallejo.
Fue presentada oficialmente en la Parroquia del Salvador. En otra parte, como no fuera la Catedral, no habríamos cabido ¡cuatrocientos cantantes juntos, lo menos dos corales y la orquesta! Cuando llegué al templo sevillano no me lo podía creer. Ocuparíamos la nave central, de la que habían retirado los bancos y en donde se levantaba un gigantesco entarimado de forma escalonada para que, como se hace con las fotos familiares, fuésemos vistos por los espectadores al concierto en directo. Al contemplar semejante andamiaje, pensé que habían instalado los palcos dentro del Salvador. No me cabía la menor duda: todo estaba firmado con autenticidad por el más genuino estilo Pascual González.
Sólo un suicida inconsciente hubiera sido capaz de tal organización para sucumbir y fracasar entre sus paranoias. Pero la habilidad de Pascual González está en sostener un portentoso equilibrio entre el riesgo y la eficacia. Jamás se siente desbordado por su imaginación, él es más fuerte que ella, la controla a su antojo, le da los cauces necesarios del acierto. Pascual no se abruma con él mismo. Puede con su sombra. Es como un hombre cuyo talento lo abocara a echarse el pulso con sus propios brazos, en una extraña competencia de dos personalidades dentro de un mismo ser, humano y sublime al mismo tiempo.
La Misa andaluza por la Paz fue un rotundo éxito en directo. Lástima de que Canal Sur TV, una vez más, no fuera la nuestra, sino la de ellos, y no supiera advertir, para su posible emisión en Nochebuena, el enorme valor de aquel acontecimiento musical digno de un clásico de Navidad.