Está a punto de llegar a Sevilla. Los días 25 y 26 de octubre Raphael regresará al escenario del auditorio del Palacio de Congresos y Exposiciones. Dejará entonces tras de sí una larga gira que comenzó en América hace ya muchos meses, una de las mejores y más completas giras de Raphael en toda su carrera de cincuenta y tres años, la gran gira de la madurez, la gira de la mejor sabiduría artística, el tour de las caras b, el denso periplo de las recuperaciones de canciones desapercibidas, aquellas que se quedaron sin la oportunidad publicitaria de la promoción que gozaron otras, el momento estelar de grandes canciones ocultas bajo el camuflaje de los viejos LPs con doce números de golpe, el dilatado concierto de los reencuentros y, por supuesto, el interminable tesoro con las joyas de la corona (su amplio repertorio de éxitos formando parte del sonido del mundo entero).
Uno de esos éxitos, una de esas canciones, se la escribió allá por 1971, más o menos, su sastre Manuel Alejandro: Volveré a nacer, esas memorias en tres minutos de Raphael, con páginas de melodía y la escritura firme e indeleble de su voz. Alejandro le compuso el mayor reto al hombre que se había curtido precisamente con retos, uno detrás de otro, incansable, imparable, el hombre que había tenido que superarlos todos o casi todos: porque Manuel Alejandro había hecho cantar a Raphael el triple salto mortal de un muchacho harto de luchar en la vida, bien empleado en ganar duras batallas y salir victorioso de las más cruentas guerras del esfuerzo y la tenacidad. Manuel Alejandro le había compuesto Volveré a nacer. Y Raphael cantó el eterno sueño de la reencarnación:
-Yo volveré a nacer con la promesa de masticar mi juventud cada segundo; y no abriré con mi garganta nuevos surcos, que está cansada de cantarle a las estrellas. Y volveré a nacer, estoy seguro, porque la vida con mi vida sigue en deuda, porque no tuve juventud como cualquiera, porque pasé de la niñez a los asuntos, porque pasé de la niñez a mi garganta para cantar canciones como esta, para cantar canciones de mi alma.
Manuel Alejandro no sabía entonces -ni nadie, ni el propio Raphael- que además de una de las más importantes canciones que tendría el artista, estaba escribiendo una hermosa premonición de la vida de Rafael Martos. Manuel Alejandro estaba dejando en versos el segundo alumbramiento de un mismo ser humano, estaba componiendo el gozo de un instante supremo en la grave suerte de la existencia, aquel de un hombre que desde los límites de una enfermedad era devuelto a la oportunidad de más días y nuevas horas con un brillo de estreno en los ojos mirando a los de su hijo Jacobo.
Ese es el hombre que ahora mismo está a punto de llegar a Sevilla con su gira Mi gran noche, una de las más trascendentes de su carrera internacional. El mismo hombre que cuando volvió a nacer cogió otra vez, como en su anterior vida, por el camino que se sabe de memoria al Teatro de la Zarzuela en Madrid.
No sé cuántas vidas te quedan, querido Rafael Martos. Pero de lo que ya estoy seguro, viéndote como te he visto en este concierto que ahora le aguarda a Sevilla, de lo que ya no me cabe duda, Rafael con f, es de que cuantas veces te regalara Dios la existencia, lo que tú querrías ser siempre es Raphael con ph.
Mil veces que nacieras te asaltaría la vocación de artista viendo a los cómicos de La vida es sueño en un teatro portátil. Mil veces que nacieras te apuntarías en la academia del maestro Gordillo. Mil veces cogerías el metro con Marieta. Mil veces con cuatro canciones de nada haciendo bises en La Galera. No tendrías remedio, incorregible Raphael. Mil veces que nacieras querrías el primer premio a la mejor interpretación en Benidorm. Mil veces, mil veces, mil veces tu inseparable Paco Gordillo por París, tu juramento ante el Olympia de cantar en el mismo escenario que la Piaf, la tourné del hambre, mil veces Bermúdez y la Zarzuela como un eterno romance de valentía, Eurovisión con tus dos triunfales derrotas, El Patio de México, el Bolshói de Moscú, el Carnegie Hall en New York, el London Palladium, Las Vegas, Buenos Aires, Perú, Chile, Australia, Canadá
Mil veces, mil veces, mil veces La canción del tamborilero, Yo soy aquel, Hablemos del amor, Digan lo que digan, Balada de la trompeta, Aleluya del silencio
Volveré a nacer es una hermosa ficción para entender tu entrega desmedida de artista que sale a darlo todo. Pero está claro, clarísimo, amigo Rafael Martos, que lo que tú vas a querer ser eternamente, en esta y en las vidas futuras, es ser lo que has sido, lo que eres: Raphael. Y a nosotros, el público, a tu público, perdónanos porque tampoco en ninguna otra ocasión te dejaríamos conocer la charla bullanguera de los amigos reunidos en la plaza, ni los paseos detrás de una muchacha, ni la emoción de perseguirla hasta su puerta. El público, tu público, esperaría siempre a que pasaras de la niñez a los asuntos, de la niñez a tu garganta. Donde fuera, cuando fuera, esperaríamos siempre ¡a Raphael!