El momento más trascendente de la Historia de la Humanidad está marcado por la señal de una estrella; una estrella vinculada estrechamente al nacimiento de un niño. Desde entonces, las estrellas nos siguen llamando poderosamente la atención, porque sabemos que acaban guiándonos hacia nuestros más maravillosos destinos.
La Fundación Pequeño Deseo ha hecho de una de ellas, grande y amarilla, que desprende otras, su mejor signo de identidad para dejar entrever rápidamente una naturaleza llena de ilusiones. Puede ser la estrella de una vara mágica que concede sueños desde la mano de una hada madrina. Pero es también una infinita luz que va posándose sobre los portales y lechos de los pequeños más desvalidos, los niños con enfermedades crónicas o en fase terminal, que igual piden ver en persona a Alejandro Sanz o ir a Disney. Todos los caminos pueden conducir a una abierta sonrisa pintada por la felicidad más íntima.
He vuelto a ser testigo de que cada vez que esa estrella cruza el cielo de Sevilla, los convocados por su destello emprenden sus caminos. Es como si a la llamada de la Fundación Pequeño Deseo se le trocaran las palabras sagradas en una respuesta unánime y cerrada de la gente más generosa:
-Hemos visto su estrella, y venimos a ayudarles.
Y así fue el pasado viernes 8 de noviembre. Una gala benéfica de la Fundación acogió a los cientos de personas que acudieron a la cita en el Palacio de los Marqueses de la Algaba.
Ya saben que la coordinadora de Pequeño Deseo en Sevilla es Mercedes Vázquez, la hija de esa leyenda llamada Pepe Luis, así, sin apellidos, en la gloria de no necesitarlos. Vuelve a conmoverme esta mujer, me asombra con su dulce carácter cómo puede pisar tan fuerte la suavidad, cómo vence tantas dificultades la ternura.
Mercedes Vázquez, respaldada por un equipo tan encomiable como eficaz, parece que se ha propuesto el logro de los sueños a base del mágico aire de Sevilla en jardines. Si hace unos meses hizo su llamada desde el histórico Alcázar, ahora lo ha hecho desde uno de esos enclaves menos conocidos, pero de los que te hacen descubrir que los tesoros de esta ciudad universal no se acaban nunca. Allí decidió el lugar para un desfile de modas rodeado de una ambientación de los años 20, con figurantes incluso, en una velada que presentaron el versátil y televisivo Ricardo Castillejo con la atractiva Clara Courel.
Temo siempre escribir este tipo de crónicas, porque mis olvidos o distraimientos con nombres propios pueden hacerme injusto con personas que se dejan mucha vida en el empeño de entregarse a los demás. Sin embargo, también sé que estamos en tiempos en los que es conveniente que la mano derecha sepa lo que hace la izquierda, yo diría que absolutamente necesario cuando el mundo vive un enorme vacío de ejemplaridad. Permítanme por eso mis omisiones, dispensen que no haga una exhaustiva lista de colaboradores, y que les deje una pintura impresionista de la más cálida solidaridad de todos, todos, todos.
La gala, que dio comienzo hacia las ocho de la tarde, tuvo un preámbulo sin asistentes cuando sobre las cuatro y media Patricia Rato acudió al Palacio para participar en las horas de los preparativos. Acompañada por Mercedes Vázquez, se interesó por todos los detalles, especialmente en la zona de backstage, donde departió amablemente con las diseñadoras, las estilistas, las modelos con todo el mundo; y saludó amigablemente a Toñi Gómez y a Nicolás Valero, directos colaboradores de Mercedes.
El desfile tuvo lugar por la pasarela que se alzaba sobre el patio central del palacio mudéjar, cedido por el Ayuntamiento. Las modelos mostraron los diseños del taller dirigido por Adela y Ángela, con el estilismo de Ruz&Rus. Varias actuaciones al cante y al baile hicieron el disfrute del público, como la de Salomé Pavón, la nieta del inolvidable Manolo Caracol.
Un cóctel en plan fin de fiesta, servido con exquisitez profesional por el restaurante Zambra -de Alcalá de Guadaira-, fue el colofón de otro gran éxito de afluencia y respuesta por parte de los sevillanos a la Fundación Pequeño Deseo. Y una vez más tuve la impresión de que quienes prestan su apoyo a causas solidarias, acaban por sentir el efecto inverso de haberse ayudado ellos mismos a ser mejores, más generosos, más humanos, más crecidos como personas, por haberse entregado a niños enfermos que los necesitan. Quien más recibe es quien más da.