Una de las sustancias espirituales del auténtico artista es la de ser un eterno buscador, un explorador que va de asombro en asombro con la vida, alguien que hace de la evolución un requisito imprescindible de su arte. Y ahí está Miguel Caiceo.
Hoy, miércoles 20 de noviembre, el polifacético personaje inaugura en Sevilla su nueva muestra de pintura. Y no ha podido elegir, como la primera vez que lo hiciera, mejor lugar que el espacio cultural del Abades Triana, a la orilla del Guadalquivir, como si pretendiera añadir al conjunto del deleite de sus cuadros el de ese lienzo natural que, tras los inmensos cristales del Abades, ofrece al río con la Torre del Oro y la Giralda sobre la larga banda de estelas del agua.
Escribo estas líneas a punto de acudir a la presentación de esta otra oportunidad de expresarse que se da Caiceo. No sé por eso qué voy a encontrarme definitivamente ante los ojos. Aunque tengo, eso sí, algunas nociones por adelantado de cuando varias veces lo he visitado en su estudio.
Yo conozco muy bien a Miguel Caiceo y lo que hay de su vida entre los bastidores íntimos previos a la escena, aquellos de los que salían sus personajes televisivos. Hay entre los dos una amistad de más de veinte años que nos acercó hasta el punto de tenernos por hermanos y convertirse en el padrino de mis hijas. Es una persona buenísima capaz de haber encarnado ternuras de fondo como la de Doña Paca. Y en tantos años siempre me he encontrado lo mismo: un hombre incansable y sin fatigas que no ha cesado de crecer artísticamente.
Por eso no me extrañó nada cuando entre delantales y paños de quitar el polvo, me contó que iba a pintar. Me sonó perfectamente al guión adecuado y de esperar en un ser tan capacitado como él.
He aprendido mucho de Miguel Caiceo, junto a Miguel Caiceo. Le debo ya un montón de datos sobre esta ciencia nada exacta que es vivir. Le debo bondad para conmigo y miles de besos dados a Marta y a María.
Esta tarde descorre otra vez las puertas de su corazón (casi no sabe dedicarse a otra cosa), en el irrefrenable deseo del artista por expresarse. Esta tarde cuelga de nuevo sus pinturas como sugerentes conversaciones sin palabras. Y brindará con todos sus invitados alzando copas de un cava exquisito de las Bodegas de Félix Sanz, el Boilart Brut Rosé, para el que ha diseñado ni más ni menos que su etiqueta. Él es un artista que la tiene.