Sevilla Press nos invita, una vez más, a asomarnos al privilegiado balcón de nuestra más querida celebración de la mano del padre Ramón Cué, un jesuita nacido en Méjico con sangre española al que solo le bastó una Semana Santa, la de 1947, para captar la esencia que muchos tardan años en atisbar. El libro se puede adquirir pidiéndolo en comollorasevilla@gmail.com
Es verdad que Cué no caminaba solo por el entramado de calles que conforma la geografía urbana de la capital de Andalucía, y quizás ahí se encuentre el secreto de esta maravillosa narración con la que generaciones enteras han crecido, y que sigue tan fresca como el primer día.
Conservo en mi biblioteca un ejemplar editado por Castillejo, el que se hizo tan popular hace unas décadas, pero he de reconocer que la última edición posee alicientes suficientes como para hacerse con un ejemplar y volver a leerlo, acariciando cada una de las páginas, ahora satinadas, entre las que se esconden algunas de las más celebradas fotografías del singular binomio fotográfico Salazar-Bajuelo, embajadores gráficos de una ciudad que para sus costumbres posee la memoria que pierde cuando se trata de otros menesteres.
Las descripciones de Cué son acertadas y atemporales, propias de alguien con la sensibilidad suficiente como para captar con su retina cada detalle, cada momento, y cada silencio, que hasta en la nada hay un mundo por descubrir. También se atrevió a transcribir al verso lo que muchos que lo intentaron más tarde no pudieron conseguir.
Es por ello este libro uno de los de lectura obligada en la educación cofrade. Hay que leerlo, leérselo a nuestros hijos y dejar que ellos lo lean cuando ya hayan decidido licenciarse en sevillanía.
La edición de Sevilla Press presenta como portada una foto de la Esperanza Macarena y nos confirma, mediante aseveración taxativa, que estamos ante el libro más vendido entre los que hablan de la Semana Santa Hispalense.
Recorramos sus páginas, en las que encontraremos el legado de múltiples prologuistas de excepción que narran lo mismo pero de distinto modo ¿Acaso no sacaron las mismas conclusiones al enfrentarse a un mismo texto? Se trata de la antesala de una obra de reducidas dimensiones en la que las letras llegan a juntarse como si se tuvieran que enfrentar a un callejón estrecho, como lo hace un palio en la noche mientras una afilada saeta rompe la calma.
Por supuesto, es imposible abstraerse a la magia derramada en la introducción y dedicatoria y al modo en que habla de la idiosincrásica y peculiar Teología sevillana que se encargará de versionar según su filtro de hombre de Dios y turista accidental.
Todos aquellos que han leído Cómo llora Sevilla… coinciden en resaltar la belleza de los pasajes protagonizados por la Macarena, los pasos de Palio o la labor tanto del capataz como del costalero.
El poema protagonizado por la niña enferma de la calle de la Feria es sublime, como también lo es el episodio a modo de capítulo dedicado a las hermanas de la Cruz, aun cuando sabemos a ciencia cierta que no lo vivió en primera persona.
Es la magia del texto. Se puede imaginar lo real en un mundo imaginario porque, en el fondo, todo queda grabado a la primera en el corazón y es susceptible de aflorar como recuerdos.
Ahora que las circunstancias hacen difícil disfrutar de las cofradías en la calle, es muy posible que encontremos consuelo en esa Semana Santa de antaño, la Semana Santa del padre Cué, que está llamada a venderse y a leerse para seguir forjando la leyenda.
Es hora de instruir a nuestros hijos y de volver a instruirnos a nosotros mismos ¿Estamos, pues, dispuestos a hacerlo? Pues volvamos a aquel lejano 1947 y sepamos quien fue aquel que hizo llorar y reír a Sevilla.