Luis Juan Alarcón (Alcalá de Guadaíra, 1944) era un tipo muy serio, pero su risa siempre iba por delante de él. Hijo de la tierra de sol, la amistad y la lealtad lo convirtieron en un profesional de la sombra. Amigo inseparable de Felipe González desde que se conocieron en una huerta con alberca y naranjos, acompañó al abogado laboralista cuando el clandestino Isidoro se embarcó en la apasionante tarea de pilotar la transformación de un país llamado España.En cine le llamarían figurante o secundario, pero fue una persona imprescindible para hacer más agradable el entorno de quien se había echado sobre sus hombros un marrón de tal calibre.
Fue vecino de Felipe en la madrileña calle Pez Volador. Se hartó de Madrid y volvió a Sevilla. Alguna vez visitó a su amigo en la Moncloa, donde aparcó la furgoneta con la que se iba con la familia de camping a Francia. Cuando Juan trabajaba en El País, desde la redacción en el Edificio Cristina de Sevilla vio las llamas que consumían el 18 de febrero de 1992 el pabellón de los Descubrimientos.
Como los fotógrafos estaban en otros afanes, cogió una cámara y captó las imágenes. Fue la única vez que su nombre apareció en la portada del periódico firmando la fotografía. Le decíamos de broma que, como recompensa, una plaza de la Cartuja, en Isla Mágica, lleva el nombre de Hidalgo Juan Alarcón.
La última vez que coincidimos fue en el homenaje a su amigo Alfredo Relaño en El Ventorrillo Canario. Con Quino, Funcia, Peris, Miguel Gallardo, Paco Casero y quien suscribe, Juan era el menos futbolero del grupo. No se le había pegado nada de ser compañero de curso del maestro Araujo, también de Alcalá de los Panaderos.
Acompañó a Felipe el 25 de junio de 1977 al palco del Vicente Calderón a la final de la primera Copa del Rey. Alguien lo reconoció en el palco y empezó a gritarle “¡Juan,Juan!” Era un paisano de Alcalá.
Padre de dos hijos: Juan y Daniel. Será incinerado este martes 8 de diciembre, a las 10:30, en el tanatorio de Alcalá de Guadaíra, Sala 3.