Te escribo, Javier, para contarte que toda la gente del baloncesto hemos pedido tiempo muerto y después hemos parado el partido. El baloncesto no se juega con pena. Sé que allá arriba no estás solo. El primero que te ha dado un abrazo estoy seguro de que ha sido el gran Quino Salvo. Dile que echo mucho de menos cómo contaba sus fabulosas historias gallegas en el vestuario para rebajar la tensión de los partidos. Y luego el buenazo de Juanfra Garrido, el primero en dolernos. Dile que no olvido cuando le acompañé a Madrid para que el maestro Pedro Guillén le operara una rodilla. Estaba pletórico de vida. Menudo ambientazo debe haber en el parqué del cielo. Fernando Martín debe seguir volando debajo del aro. Drazen Petrovic debe seguir haciendo burlas, sacándole la lengua, hasta al entrenador de los angelitos. El equipo del cielo ya tiene entrenador, un pedazo de entrenador. Déjame Javier que te pida que no te olvides de Javier García, mi Caballito, nadie ha trotado una cancha de baloncesto con su elegancia. Luego se paraba, lanzaba, tablero, toc, toc, el balón acariciaba la red, chop. Tampoco te olvides de Carlos Montes, mi Saltamontes, que tenía muelles en la fascia plantar. Una tarde se rompió un menisco, lo operaron, a los veintiún días volvía a machacar el aro, chop. Ni de Ángel Almeida, que confirmaba plenamente la ley anti gravedad, a más alto, más grande, más centímetros de buena gente. Y si quieres bordarlo, Javier, ve a buscar a Abdul Jeelani, que estará durmiendo en algún hotel celestial. Llévatelo a jugar, con él todos los equipos son imbatibles. Si no lo encuentras allí, búscalo en algún club de jazz. Amigo Javier, tu vida fue el baloncesto y la mía también, casi. El baloncesto es ese hermoso juego que no se juega con las manos. Se juega con la cabeza en un inmenso tablero de madera. Donde cada vez que se bota suena, rotunda, la bola del mundo. Hace poco, muy poco, me enviaste un fuerte abrazo, a través de una entrañable bedel del Parlamento. No pudimos dárnoslo. Te lo envío ahora en esta modesta carta al cielo con la certeza de haberme equivocado otra vez. La vida es una equivocación tras otra. ¡Ah¡, y no te olvides del bueno de Lalo García, al que la vida se le enredó mucho al final. Además cuentas con un pedazo de médico de baloncesto, el grancanario Pedro Montesdeoca que me enseñó a adorar las fascinantes Islas Canarias. Javier, fue un placer y una suerte conocerte. Menudo ambientazo debe haber en el parqué de la eternidad. Debe ser un gustazo jugar a baloncesto sin marcadores. Sin tiempo.
Francisco Gallardo Rodríguez, médico deportivo , escritor y ex jugador de baloncesto