Era el libro: el libro de Semana Santa cuando prácticamente no los había. Con él su autor el Padre Cué cambió la forma de vivirla a varias generaciones. Hoy vuelve a publicarse más de tres décadas después de la ultima edición de Rodríguez Castillejo. Seguirá enganchando, porque está cuajado de verdades reconocibles y contadas de una forma bella y fácil. A veces demasiado dulce (cosas de la época), pero nunca falsa. Tuvo que ser un sacerdote mexicano quien hiciera caer a nuestros padres en la cuenta de las cosas que no sabían que sabían.
Aquel jesuíta llamado Ramón Cue solo vio una Semana Santa en Sevilla, la del año 1947. había venido a estudiar Historia de América y aquí conoció a una cuadrilla de acérrimos capillitas que le llevaron de la mano. Eran Manuel Ferrand Bonilla, Joaquín Gonzalez Moreno, Juan Delgado Alba, Carlos Acedo Romero y Julio Martínez Velasco. Casi ná. Aquellos cinco magníficos le mostraron todo lo aquello de lo que debía ser testigo; hasta convencieron a Pedro Braña para que la banda tocara Amarguras a la salida del baratillo. Y también le contaron muy bien lo que no pudo ver. Cué les prometió un libro. Ese libro es el que 73 años después podemos disfrutar de nuevo, editado por Sevillapress, gracias a la gentileza la Compañía de Jesús que ha cedido a tal efecto los derechos de autor.
Ramón Cué Romano, conocido como el Padre Cué nació en 1914 en Puebla de Zaragoza, México. Hijo de padres asturianos, pero volvió con su madre a España cuando contaba doce años. Fue autor de más de una treintena de libros.
‘Como llora Sevilla’ fue concebido como una guía para turistas, pero se convirtió en un clásico en la estanteria de los sevillanos, porque el sacerdote plasmó en él mucha verdad, haciendo gala de su enorme capacidad de observación y una intuición realmente sobrecogedora. Asi lo destaca el periodista y pregonero José Luis Garrido bustamante que lo conoció y trató: “Era el típico jesuita, muy inteligente muy bien formado con una cultura extraordinaria. Y además un hombre exquisito de una gran sensibilidad y con dotes de observación increíbles. Él lo captaba todo y lo traducía.”
En sus páginas aprendemos que la Semana Santa de Sevilla encierra inconsciente de ello toda la Teología; Que hay que ver un palio desde tres perspectivas: de frente como una esperanza; como un sueño fugitivo cuando pasa a nuestro lado y como un recuerdo indeleble cuando se marcha. También dio a conocer que Sevilla es la autora de la mismísima Macarena, y que desde las estrellas nuestros seres queridos siguen participando de la fiesta, como aquella niña azul de la calle Feria.
«Cada palio, con tener la misma técnica, es distinto. Tiene su personalidad propia. Y el principio de individuación le viene de la Virgen que lleva dentro». Virgen de Gracia y Esperanza por la calle Caballerizas.
Nos enseñó que un palio es un consuelo para la Virgen que cobija; que hay calles hechas solo para que pase un Cristo; que los cirios son una clepsidra de cera y miden el tiempo de la conversión. Con ‘Cómo llora Sevilla’ fuimos capaces de reconocernos en el crujir de la madera o el sonido metálico de la contera de plata en el suelo. Y tantas cosas más… “era el primer libro donde se decían cosas tan serias, sublimes y nuestras con un lenguaje que comprendía todo el mundo, con un verso sencillo y facilmente memorizable”, destaca el periodista.
Costaleros
Además de ello es atribuíble al jesuita una conquista social concreta. La semilla fue esta frase: “Costalero, el día en que tú faltes, dejaría de ser la Semana Santa de Sevilla”. Eso supone una auténtica revolución, apunta Garrido bustamante “Cuando la gente de abajo llegaba a una cafetería los cofrades se retiraban un poco, no fuera a ser que les mancharan. El costalero era un servidor, un trabajador del muelle, pero cuando se publicaron aquellos versos en los que lo llamaba el ‘viril de Dios’… las cosas empezaron a cambiar. Después de aquello los costaleros fueron mucho mejor tratados.”
El responsable de esta reedición Miguel Gallardo abunda en ello “Eran trabajadores. Yo recuerdo un año que la Macarena retrasó su salida porque tenían que llegar los costaleros del Rosario de Montesión que eran los que la sacaban. Cobraban muy poco. En 1900 cada costalero se llevaba 12 reales por cofradía con cuatro horas de recorrido y en función del número de horas de más sumaban más dinero. Uno de las aguas cobraba 275 pesetas, los de la Macarena, 750.”