Autorretrato de Francisco Bores.FOTO: T.L.
En línea con lo anterior expresado en estas páginas de “DIARIO DE SEVILLA”, continuamos con el pintor FRANCISCO BORES y su delicada obra plástica y gráfica.
Elitismo que nada tiene que ver con su carácter, aunque algo de esa elegancia distante tenía, como claro tenía que la vulgaridad, lo trillado, el ruido, no era lo suyo, porque si algo se aprecia notablemente en las obras de BORES, es precisamente su silencio.
Tenemos pues por delante a un pintor, dibujante, ilustrador que también diseñó vidrieras y practicó todos los procedimientos para reflejar sus ideas: xilografías a veces coloreadas, tinta china, acuarela, grafito, carboncillo o técnicas mixtas aplicadas sobre diferentes tipos de papel o lienzo.
De acuerdo con los que han estudiado su obra y simplificándola mucho, puede decirse que tuvo 2 épocas: la más oscura y la más clara, en pos de la esencia de lo que quería representar, pero según sus palabras, fueron: 1º la que él denomina “Pintura Verdadera” (mejor que neofiguración, aunque bebe de ella como del clasicismo coetáneo sometido a una cierta abstracción formal); 2º, la “Pintura-Fruta”, por las concomitancias visuales y evocaciones gustativas; 3º, los “Temas Imaginarios”: interiores, desnudos, paisajes, naturalezas muertas y bodegones, que surgen como indica, de su imaginación y se aproximarán en mayor o menor grado a la abstracción, (neo)cubismo, ultraísmo, futurismo, surrealismo, un recuerdo lejano del art decó, cinetismo, expresionismo, algo de pintura social, incluso si se quiere del neoplasticismo, … y 4º y último “La Manera Blanca”, un proceso de clarificación cromática tendente a la utilización de tonalidades más suaves que en sus etapas anteriores, de mayor intensidad en los tonos y más cantidad de materia.
TERESA LAFITA