RONDA, EL TOREO, Y LAS GOYESCAS.
Quiero comenzar esta ponencia con unos hermosos versos:
Plaza de piedra de
Ronda,
la de los toreros
machos,
pide tu balconería
una Carmen cada
palco
Empezaba así el poema de Fernando Villalón dedicado a la bella plaza de Ronda, y continuaba encadenando elogios y alabanzas a un lugar que se ha convertido ya, por méritos propios, en un referente cultural y social.
Decir Ronda es decir toreo, y decir goyesca es afirmar Antonio Ordóñez.
Ronda es una ciudad malagueña de impresionante belleza. Situada en el centro de la Serranía de su mismo nombre, Ronda, que fue visigoda y céltica y árabe y romana, es un pueblo bonito y blanco, con el que sus moradores se encuentran más que satisfechos. No en vano ellos hablan de una máxima suya que dice el orgullo de ser rondeño, y actúan en consecuencia con ese dicho.
Ronda es blanca, hermosa, redonda, torera, misteriosa y serrana, mágica y pura. Se
levanta entre neblinas y montañas, y se compone de una sucesión de calles empedradas, ventanas con reja y claveles, plazas llenas de duende, melodías flamencas y rincones difíciles de olvidar. De muchos monumentos que se merecen más que una visita, y de una plaza de toros bicentenaria. Ronda es una ciudad de arte, desde siempre fascinó a los artistas, y alimentó leyendas de bandoleros fugitivos y de amores imposibles. De Ronda se enamoraron pintores, escritores, cantaores y poetas, todos supieron ver la magia que se encerraba en este pintoresco pueblo andaluz, todos se inspiraron en su belleza legendaria. Rilke, el autor checo, llegó a calificar a Ronda de ciudad soñada, hoy todavía se la conoce así, y también se dice de ella que es el lugar donde el tiempo se detiene.
Cada septiembre, cuando los calores de agosto empiezan a disminuir, y los días se hacen más cortos, Ronda se engalana. Celebra sus míticas fiestas, la Feria de Pedro Romero, y la ciudad se viste para la ocasión. Las calles se cubren de farolillos, el tiempo, en efecto, retrocede, y es posible sentir la esencia del toreo de verdad.
Ronda, lo afirmó mi buen amigo Ignacio de Cossío, es Romero y es Ordóñez. Quiso la casualidad que las dos grandes familias taurinas de este país nacieran en la también llamada ciudad del Tajo, y es por ese motivo que Ronda representa el toreo.
Los Romero aparecieron allá por los finales del siglo XVII, cuando nace el patriarca, Francisco Romero y Acevedo. Caballero nacido en Málaga que siempre se considerará rondeño, porque vive allí desde la infancia, y muy pronto comienza a ejercer de ayudante de los Maestrantes. Es él el que inaugura la dinastía que llevará su primer apellido, a él se le concede también el honor de ser tenido por el primer torero moderno. Es, Francisco Romero, el que decide organizar las cuadrillas, y el que ha pasado a la historia como inventor de la muleta para dar muerte a un toro. Además, Francisco Romero y Acevedo es el gran fundador de la dinastía Romero, la primera persona capaz de convertir el toreo en una profesión lucrativa, el padre de Juan, y el abuelo de Pedro.
Juan Romero vería la luz en Ronda en las primeras décadas del extraño siglo XVIII. Hombre alto, de complexión fuerte, como la del resto de los miembros de su familia, muy pronto siente la llamada del toro, y protagonizará en las plazas una dura y bonita competencia con Costillares. Cambia por completo el concepto del toreo, es un matador muy plástico, de faenas muy vistosas, un diestro que, además de por ser el progenitor del mítico Pedro, ha pasado a la posteridad con letras mayúsculas por haber ofrecido soberbias tardes que reflejaron toda su maestría.
Pedro Romero Martínez es rondeño de nacimiento. Alto y fuerte, robusto y atlético, nieto de torero, hijo de torero y hermano de toreros. El gran torero del siglo XVIII, un matador soberbio. Es el diestro que terminará con el reinado en los ruedos de Costillares y de Pepe- Hillo.
Se le define como a un hombre adelantado a su tiempo, su torería se fundamentó en la quietud, toreaba muy quieto, él acuñó varias expresiones referentes al toreo, una de ellas hacía referencia a esa cuestión: Romero afirmaba que torear se torea con la mano, y también que el buen lidiador carece de movimientos de cintura hacia abajo.
Este torero rondeño llegó a estoquear más de cinco mil toros, al igual que los demás miembros de su familia destacó por su avanzada edad, alcanzó la longevidad, y fue capaz de lidiar y dar muerte a un astado, y de brindárselo a la reina Isabel II de España, cuando tenía setenta y siete años. Ese fue su último toro, corría el año 1831.
Durante los veintiocho años que mantuvo su permanencia en los ruedos, jamás recibió una herida de sangre, él mismo se vanagloriaba de no haber pisado nunca una enfermería.
Fue Pedro Romero el que inauguró, en 1785, la impresionante plaza de toros de su amada ciudad de Ronda. Esta plaza, una de las más bellas y vistosas de España, es obra del arquitecto Martín de Aldehuela, el mismo que construyó el Puente Nuevo sobre el impresionante Tajo de Ronda. Allí, en esa mítica plaza, compartió cartel con Pepe- Hillo. Los últimos años de su vida los dedicó el nieto del patriarca Romero a la enseñanza, dirigió e impartió clases en la Escuela Taurina de Sevilla, por orden del rey.
Pedro Romero se convirtió en una leyenda del toreo.
Su ilustre figura es muy estudiada por la mayor parte de los historiadores de la Tauromaquia. También, el coloso rondeño, ha sido fuente de inspiración para numerosos artistas. Este matador elaboró unas normas del toreo, que cedió gustoso a los demás toreros, normas que se pueden resumir en las siguientes afirmaciones:
el cobarde no es hombre, y para el toreo se necesitan hombres;
más cornadas da el miedo que los toros; o la célebre
el toreo se hace con las manos y no con los pies,
( este matador, pues ) interesó muchísimo al mundo del arte.
Goya, buen amigo de José Romero, hermano de Pedro, dejó constancia del arte del rondeño en gran parte de su obra. La literatura también dedicó páginas a las proezas de este torero sublime, y autores como Moratín, Fernando Villalón, José Bergamín o Gerardo Diego, entre otros, compusieron versos en su honor. Concretamente José Bergamín, rendido ante la valentía y la genialidad de Pedro Romero, escribió para él esta poesía:
El arte del toreo
fue maravilla,
porque lo
hicieron juntos
Ronda y
Sevilla.
Unieron dos
verdades
en una sola
con Illo y con
Romero
Sevilla y
Ronda.
.
Ronda, ciudad grata y amable donde las haya, nunca olvidó a su más que célebre ciudadano, y, cada septiembre, cuando el verano de la Serranía refresca las noches y tiñe los valles de colores imposibles, el lugar donde el tiempo se detiene venera a Pedro Romero.
Doscientos años fueron precisos para que, de nuevo en la ciudad del Tajo, otra familia de toreros gloriosos comenzara su andadura, una andadura que más tarde les colocaría, con letras de oro, en la historia de la Tauromaquia española.
Se trata de los Ordóñez. Los principios, como suele ocurrir, fueron muy sencillos. Un matrimonio de la localidad, que regentaba una zapatería, tuvo varios hijos varones, siete, y fueron cinco los que llegaron a vestir el traje de luces. Ahí se inició el camino.
Cayetano Ordóñez Aguilera, más conocido como Niño de la Palma, y sus hermanos Antonio, Manuel, Rafael y Alfonso se dedicarán al difícil y noble arte del toreo.
Será el Niño de la Palma, llamado así por ser en la calle de ese nombre donde se ubique el comercio de sus padres, el que alcance la mayor gloria. Cayetano, un ser complejo, fascinante, un torero diferente, un espíritu flamenco, un tipo que enamora a escritores de la talla de Ernest Hemingway, que llega a convertirle en protagonista de su novela Fiesta.
Cayetano Ordóñez destacó en las plazas. Su porte, su elegancia y su valía no pasaron desapercibidos. Alternó con las más importantes figuras del toreo de su época, con Juan Belmonte- que, tal como él había pronosticado, fue su padrino de alternativa en Sevilla- , con Nicanor Villalta, con El Litri, El Algabeño
Se casó con una bailaora flamenca de sangre gitana, Consuelo Araujo de los Reyes, y supo aceptar su derrota cuando en los ruedos dejó de ser el torero grandioso que había sido.
Tanto gozó de las mieles de su éxito como torero de oro como de las satisfacciones que le produjo su entrada en el terreno de la torería de plata, cuando los que le había encumbrado como matador dejaron de confiar en él, cuando las cosas se pusieron duras y difíciles, y Cayetano necesitó seguir llevando dinero a la casa, el rondeño no dudó en hacerse banderillero. Y así puso fin a su carrera profesional, como banderillero esporádico, sin cuadrilla fija.
Quienes le conocieron afirmaron y afirman que el Niño de la Palma era un tipo noble, amante de la fiesta, amigo del vino y de la música, bien dotado para el cante y el baile, generoso, rondeño, orgulloso de ser rondeño. Llega a comprar la casa de Pedro Romero por lo que la vivienda tiene de significado simbólico. Cayetano contrajo matrimonio con una folclórica, y, como tantas veces ha ocurrido, juntó todavía más el mundo del flamenco con el mundo de los toros.
De este diestro magnífico, que cautivó a Hemingway con su personalidad compleja y su buen hacer torero, se han escrito infinidad de cosas:
Es de Ronda y se llama Cayetano, frase que lo resume todo, todo su arte resumido en siete palabras, y que se ha hecho mundialmente conocida.
Que Ronda tiene su Tajo,
eso ya lo sabe usté.
Lo que no sabe es que el Tajo
lo abrió con un volapié
Cayetano,
el que llevaba en la mano,
estoque, muleta y palma.
José María Pemán.
Muchos, muchísimos artistas de la palabra y de las artes plásticas, buscaron inspiraciones en este coloso de los ruedos.
El Niño de la Palma fue padre de cinco hijos varones: Cayetano, Juan, Antonio, Pepe y Alfonso. ( los Ordóñez repiten los nombres como forma de respeto y admiración entre ellos ). Y los cinco sintieron también la llamada del toro. Los cinco llegaron a vestirse de luces. El tercero de los vástagos es el único de los descendientes de Cayetano que tiene la suerte de nacer en Ronda. Se trata de Antonio, que pasará a la posteridad con el nombre de Antonio Ordóñez, el mejor torero del siglo XX. Las leyendas dicen que ya unas gitanas le vaticinaron el día de su bautizo grandes éxitos para su vida futura.
Antonio Ordóñez crece en un ambiente taurino y empieza a torear desde niño. Se doctora en Las Ventas, con El Litri y Julio Aparicio como compañeros de cartel. No es, el rondeño, un torero. Es EL TORERO. Con mayúsculas. Alma, corazón, valor, personalidad, magia, duende, espíritu, aroma, presencia, empaque, arte
todo eso, y mucho más, es Antonio Ordóñez. El matador que triunfa en plazas de España, Francia, Portugal y América. El diestro que enamora a toreros, escritores, artistas, y aficionados. El Maestro de maestros.
Antonio Ordóñez recibió muchos premios, decía él que el que más ilusión le había hecho había sido la imposición de la Medalla al Mérito de las Bellas Artes, distinción que recibió en Málaga en 1997. Comentaba que le había agrandado tanto porque ese galardón implicaba que el toreo, como debe ser, es un arte. Nuevamente, como antes ocurría con frecuencia, tauromaquia y cultura caminando a la par.
Como torero lo hizo todo y lo conquistó todo. Bueno con el capote, mejor con la muleta, matador de tardes bellísimas, templado, esa quietud, Antonio Ordóñez mandaba, mucho, y era el espejo en el que se miraron muchos toreros que triunfaron años después. Sobre él se han escrito las más hermosas composiciones:
Ronda tiene una plaza
de oro y de piedra,
donde Pedro Romero
fundó su escuela,
y el gran maestro
Antonio Ordóñez duerme
su sueño eterno.
Carlos Clementson.
he elegido para esta ocasión este poema porque habla de las cenizas del Maestro, de esa pequeña parte de sus cenizas que descansa en el albero rondeño. Y que llena Ronda de esencia de buen toreo y de magia de tardes de Puerta Grande.
Antonio Ordóñez fue único e irrepetible, hermano de buenos toreros, casado en primeras nupcias con la hermana de Luis Miguel Dominguín, y así, cuñado de otro excelente matador, y fundador, por lo tanto, de una nueva saga taurina, suegro de importantes figuras del toreo: Paquirri y Beca Belmonte. No tuvo, el Maestro, hijos varones, pero sí tres nietos: el mayor es torero; el segundo, Cayetano, parece reunir las cualidades necesarias para emular el duende de su abuelo, tiempo habrá que darle para que lo haga, y tiempo habrá de darse él a sí mismo para centrarse en su profesión, venerarla e interpretarla como a alguien que lleva su sangre corresponde; y el menor, Julián, no ha demostrado hasta la fecha que desee seguir los pasos de sus familiares
pero todo pudiera ser, matadores ha habido que iniciaron su preparación con más edad de la que ahora tiene este joven, por cierto, un joven educado, culto y formal que guarda un inmenso parecido físico con el Maestro rondeño
Antonio Ordóñez fue el definitivo impulsor de las tradicionales corridas Goyescas de Ronda. Fue él el que supo darles encanto, transmitirles emoción y tradición, elevarlas a la categoría de acto mundialmente conocido, un referente artístico- cultural, un postre, un regalo para los sentidos.
Tenía que ser en Ronda
y tenía que ser el Maestro Ordóñez
La primera corrida goyesca que se celebró en España tuvo lugar en Zaragoza, su pretensión era la de recaudar dinero para celebrar el primer centenario de la muerte de Goya. Veintisiete años más tarde, de la mano de Cayetano Ordóñez ( hijo ), Antonio Bienvenida y César Girón, un 9 de septiembre de 1954, nacen las Goyescas de Ronda. Nacen con el pretexto de homenajear a Pedro Romero en el segundo centenario de su nacimiento, los toreros se visten al estilo goyesco, como se hacía en vida del extraordinario pintor maño, y la ciudad entera regresa al pasado para disfrutar el alma del toreo de verdad.
Tres años tarda el Maestro Ordóñez en intervenir en las que habrían de conocerse como sus queridas Goyescas. Año tras año el matador torea la Goyesca, incluso después de haberse cortado la coleta, se prepara a fondo para la ocasión, reviste el acontecimiento de un aroma especial. Pretende que la corrida goyesca de todos los septiembres sea un obsequio para los matadores elegidos, no llama al que menos sombra pueda hacerle en el cartel, no, él, siempre generoso, elige a los toreros que han realizado una buena temporada, para que acudan a Ronda a lucirse, a sentir el toreo de verdad, a llevarse los aplausos y los olés del impresionante coso rondeño.
Si ya Ronda gozaba de prestigio internacional, gracias a las aportaciones de los artistas, Antonio Ordóñez contribuye a engrandecer todavía más el nombre de tan bella localidad serrana. Las Goyescas las torean Bienvenida, Aparicio, Rafael de Paula, Curro Romero, Palomo Linares, Paco Camino, Manzanares, Paquirri, Espartaco, Roberto Domínguez, Joselito, El Juli
nombres y nombres para tardes y tardes
Ronda se viste de oro y carmesí para unas corridas que traspasan fronteras.
Esta es la lista completa de participantes de todas las Goyescas:
Antonio Bienvenida. Cayetano Ordóñez (hijo). César Girón.
No se celebran.
No se celebran.
Rafael Ortega. Antonio Ordóñez. Joselito Huerta.
Antonio Bienvenida. Antonio Ordóñez. El Trianero.
Álvaro Domecq (rej.). Antonio Ordóñez. Pepe Cáceres. Manolo Segura.
Julio Aparicio. Antonio Ordóñez. Rafael de Paula.
Julio Aparicio. Curro Romero. Mondeño.
Fermín bohórquez. (rej). Julio Aparicio. Antonio Ordóñez. Victoriano Valencia.
No se celebran.
Álvaro Domecq (rej). Julio Aparicio. Antonio Ordóñez.
F. Bohórquez (rej). Antonio Bienvenida. Antonio Ordóñez. Carlos Corbacho.
Antonio Ordóñez. Gregorio Sánchez. Fermín Murillo.
Antonio Ordóñez. Miguelín. Ángel Teruel.
F. Bohórquez (rej). Antonio Ordóñez. Miguelín. Palomo Linares.
Julio Aparicio. Antonio Ordóñez. Beca Belmonte.
Ángel Teruel. Miguel Márquez. Beca Belmonte. Julián García.
José Luis Parada. Curro Rivera. Eloy Cavazos. José Luis Gayoso.
Antonio Bienvenida. Antonio Ordóñez. ( El tercero era Dominguín y no pudo asistir por lesión ).
Antonio Bienvenida. Antonio Ordóñez. Paquirri.
Antonio Ordóñez. Paquirri. Niño de la Capea.
Antonio Ordóñez. Paco Camino. Paquirri.
Antonio Ordóñez. Paco Camino. Paquirri.
Antonio Ordóñez. Curro Romero. Paquirri. Manzanares.
Raúl Aranda. José Antonio Campuzano. Macandro.
Gayoso. Emilio Muñoz. Paco Ojeda.
Antonio Ordóñez. Paquirri.
Manolo Vázquez. El Cordobés. Manzanares.
Joao Moura (rej.). Campuzano. Esplá. Emilio Muñoz.
Emilio Muñoz. Yiyo.
Manzanares. Rafael de Paula. Paco Ojeda.
Manzanares. Ojeda. Espartaco.
Manzanares. Ojeda.
Ojeda.
Manzanares. Ortega Cano. Fernando Cepeda.
Manzanares. Espartaco. Litri (hijo).
Roberto Domínguez. Emilio Muñoz. Joselito.
Manzanares. Pepe Luis Martín. Aparicio (hijo ).
Ojeda. Espartaco. Pepe Luis Martín.
Curro Romero. Manzanares. Espartaco.
Manuel Vidrié (rej.). Joselito. Finito de Córdoba. Vicente Barrera.
Joselito. Vicente Barrera. Rivera Ordóñez.
Joselito. Enrique Ponce. Rivera Ordóñez.
Ponce. Jesulín de Ubrique. Morante de la Puebla.
Manzanares. Rivera Ordóñez. José Tomás.
Espartaco. Rivera Ordóñez. José Tomás.
Joselito. Rivera Ordóñez. Morante.
Rivera Ordóñez. José Tomás. Morante.
Curro Vázquez. Rivera Ordóñez. El Juli.
Javier Conde. Rivera Ordóñez. El Juli.
Rivera Ordóñez. El Fandi. Manzanares (hijo).
Joao Moura (rej.). Rivera Ordóñez. El Cid. Salvador Vega.
Rivera Ordóñez. Cayetano.
César Rincón. Rivera Ordóñez. Cayetano.
Cada septiembre, Antonio Ordóñez logra que la cita de los taurinos se celebre en Ronda. La prensa nacional y la prensa extranjera se hacen eco de tan impresionante fiesta del toreo. La Goyesca se convierte en un acontecimiento sublime, la corrida esperada a lo largo del año, la tarde a la que nadie quiere faltar. Cinco y media en punto, hora lorquiana y media hora más de espera goyesca, y anhelante, y el paseíllo triunfal. La ciudad de Ronda siempre vibró con estas celebraciones. Antonio Ordóñez toreó las Goyescas hasta que su salud le impidió continuar haciéndolo, quiso que fueran una fiesta también para el pueblo rondeño que tanto lo quiso siempre. Cada año, tras la lidia ordinaria de los seis toros de rigor, el Maestro se enfrentaba a un sobrero que él mismo pagaba, y permitía el paso a la plaza a todas aquellas personas que no habían podido costearse una entrada. Era una noble y bonita costumbre, y Ordóñez la mantuvo hasta que se la prohibieron por entrañar peligro. Entrañaba peligro porque eran muchísimas las personas que pretendían entrar para presenciar las increíbles faenas del torero. Ordóñez, en Ronda, era uno más, un vecino del pueblo, y así se le recuerda hoy. Las gentes de allí cuentan de haberse tomado con él un vino en el bar Maestro, de haber compartido un paseo por la entrañable calle de La Bola, de haber charlado con él sobre toros y toreros. Antonio Ordóñez era grande, y lo engrandecía todavía más su generosidad, su carácter abierto y divertido, su nobleza pura.
Cuando murió, en vísperas de la Navidad de 1998, Sevilla y Ronda lloraron de verdad su pérdida, la Tauromaquia se quedaba huérfana de su TORERO, y la afición empezaba a extrañar a un excelente diestro que también era una gran persona.
Con la muerte de Antonio Ordóñez, las Goyescas han perdido parte de su magia. En estos difíciles tiempos que corren, donde ya no prima la cultura, donde hay más escritores que lectores, donde la gente acude a exposiciones a contemplar cuadros y exclama ¡qué caros!, las Goyescas ya no son tanto un referente artístico- cultural, empiezan a derivar hacia un pantanoso y resbaladizo terreno rosa. Y muchas personas van allí únicamente a ver, dejarse ver, negociar, cerrar tratos
y otras actividades varias para nada relativas al toreo.
Pero siempre hay que esperar que lleguen tiempos mejores
Aún así, Ronda, cada septiembre, se transforma de nuevo en una bella estampa vestida de modo goyesco, y los taurinos auténticos y los ordoñistas confesos corren desde cualquier lugar del mundo a re- encontrarse en sus calles blancas de balcones y de flores, a pasear por la ciudad del tiempo detenido, y a buscar, en las arenas de Pedro Romero, el espíritu del toreo de verdad y la magia del inolvidable Antonio Ordóñez.
Es, por tanto, Ronda, la ciudad soñada para los sentidos, ciudad de arte y ciudad de toros
y por ello he querido hoy hablar de tan bello lugar y compartir mis letras con todos ustedes.