La Navidad ha sido siempre un inagotable filón de inspiración para los creadores. Y desde el punto de vista musical se ha ido haciendo a lo largo de la historia de un importante patrimonio. Los villancicos sobre todo, además de importantes obras tan clásicas como la de Haendel, han dotado a la Navidad de su genuino sonido, indisociable con sus fechas. Algunos estribillos dan incluso identidad a inolvidables momentos de nuestra infancia. Campana sobre campana palpita en el mismo corazón de la niñez. Como anécdota personal (e incluso del numeroso grupo con el que viajé a Israel), he de confesar cuánto me emocionó que durante la misa en Belén, en la gruta del denominado campo de los pastores, se cantara esta canción en aquel pedazo de tierra sagrada a la que intentan parecerse nuestros nacimientos. Me sobrecogió que llegara hasta su sede más natural y verídica el eco de la casa de mis abuelos en estas fiestas, los cantos escolares de los Maristas, el de los campanilleros por la calle Sierpes y hasta de las misas del Gallo en las iglesias de Sevilla. Sonaba toda en Belén mi propia vida y la de tantos más. Fue un escalofrío conmovedor imposible de aproximar a nadie que no haya puestos allí sus pies y su alma. Compréndalo aquellos que no hayan pasado por semejante experiencia: lo de Belén, campanas de Belén lo escuchaba por primera vez ¡en Belén!
Pocos artistas deben ser los que se hayan privado de interpretar la Navidad. Unos con más éxito que otros. Algunos se han hecho inseparables de su villancico, como Raphael y El tamborilero. Y también hay casos de intentos que pasaron completamente desapercibidos, sin trascendencia alguna en su carrera, como El burrito orejón en la de Julio Iglesias.
De una u otra manera, los cantantes han querido unirse a la causa navideña, sumándose con sus interpretaciones a la tradición de los más populares villancicos: así desde los tiempos de Elvis Presley hasta los tres universales tenores Pavarotti, Carreras y Domingo. En medio una larga muestra de aportaciones tan variopintas como las de Antonio Machín, José Alfredo Jiménez, José Luis Perales, Celine Dion, Andrea Bocelli Destaco entre todos tres casos singulares y pioneros.
El primero el de El Tamborilero, un auténtico clásico en España multiplicado, desde la voz de Raphael, por innumerables versiones de todo tipo, desde lo melódico a lo flamenco. Tiene su particular historia, que probablemente no hubiera llegado tan lejos sin la convicción que tuvo el artista linaerense de que triunfaría con esa canción. Todo su clan estaba en contra de llevarse a cabo la grabación de un antecedente en Sinatra y para América, que no alcanzó el éxito propuesto. Raphael se empeñó en sacar para nuestro país lo que era El pequeño niño del tambor, de origen griego. Arrasó.
El segundo caso es de Luis Aguilé con Ven a mi casa esta Navidad, una composición del cantante argentino que constituyó un gran éxito de ventas de la época, en los sesenta.
Y el de Mireille Mathieu, la francesa sucesora de la Piaf, que dejó un delicioso EP (el disco pequeño de las cuatro canciones) dedicado a España, cantado en nuestro idioma, abanderado por el célebre villancico Rin rin. No podría omitir que para tal ocasión la orquesta estuvo dirigida nada menos que por Paul Mauriat.
José María Fuertes