Francisco Gallardo recrea en 'La última noche' la vida de Sarah Avenzoar, una de las primeras mujeres que ejerció la medicina De aquella Sevilla que despertaba del letargo y la represión a finales de los 70, cuando la libertad se descubría entre acordes, letraheridos y resacas, a esa otra Sevilla del XII, el siglo que trazó, en buena medida, la fisonomía de la capital que pervive hoy. De El Rock de la Calle Feria, que vio la luz en 2008, a La última noche, título en el que su autor, Francisco Gallardo (Sevilla, 1958), vuelve a retratar el pasado de una urbe a la que ha consagrado su vida y su obra literaria.
Ganadora del V Premio Ateneo de Novela Histórica y editada por el sello Algaida, la nueva ficción de este médico especializado en el área deportiva se presentó ayer con una enorme afluencia de público que abarrotó el salón de actos y el patio central de la sede ateneísta de la calle Orfila, en una feliz unión de persnonalidades del mundo académico, el periodismo y el deporte. En un sencillo y emotivo acto, en el que Gallardo tuvo palabras de "gratitud" -"porque el agradecimiento puede ser un acto protocolario y la gratitud, un sentimiento"- para su familia y amigos, quien fuera durante veinte años jugador de baloncesto presentó la historia de Sarah Avenzoar, perteneciente a una estirpe de visires y juristas y nieta del famoso médico de la Sevilla del siglo XII, aquella que, "de tantas obras, recuerda a la Sevilla pre Expo", bromeó el editor de Algaida, Miguel Ángel Matellanes.
Tal es así que a esta época pertenece la construcción del Puente de las Barcas sobre el Guadalquivir, el Palacio de la Buharia y la ampliación del Alcázar como fortaleza que protegió al mundo árabe del ataque de los cristianos en una suerte de diseño urbanístico que sentó el plano de la ciudad que conocemos. Y fue esta Sevilla que disfrutó del flujo de soldados, libros, arquitectos y libros cargados de pensamientos el puente definitivo hacia Marrakech, la ciudad roja donde se levanta la torre Koutubia, esa hermana del Alminar almohade, hoy la Giralda.
Es entre estas dos ciudades donde la protagonista desarrollará la medicina en el harén del califa, un espacio de contubernios y celos que la colocarán en el eje de las intrigas políticas de almohades y almorávides, como mujer adelantada a su tiempo, a pesar de que la historia -casi siempre escrita por hombres- haya dejado apenas trazos de su vida. La falta de datos sobre su biografía, apuntó Matellanes, "ha permitido que Gallardo escriba con soltura y sin corsés" de una mujer que contempló siempre de cerca la muerte. "Lo malo de vivir mucho es que la muerte está cada vez más presente", llega a decir la protagonista a lo largo de este relato escrito en clave de memoria en el año 1195, el 589 de la Hégira.
Este suntuoso viaje a los oropeles del califato que traza Gallardo se asienta, destacó Alberto Máximo Pérez Calero, presidente del Ateneo, en el profundo conocimiento de la época y, sobre todo, de la medicina de Al-Andalus, que brilló por el desarrollo técnico y quirúrgico y a la que el autor ha dedicado 25 años de paciente investigación. Aunque "ninguna medicina puede curar las heridas del alma", apuntó Gallardo, que recibió la llamada del premio, recordó, "en la calle San Luis, no es mal sitio", ese tramo de Sevilla que cruza mil callejuelas trazadas ocho siglos atrás.