
RESEÑA
Aprendamos los flamencos que las cosas se nos pierden. José Rasero ha escrito la segunda parte de su “clase de flamencología”, su novela “Sueños”. En ella, con ayuda de una bella historia (cuyo protagonista es una figura del baile flamenco, José Montoya) hace una labor encomiable, exquisita y delicada, que casi pasa desapercibida, poniendo sobre la mesa la jerga flamenca de Andalucía, Sevilla y Triana (no necesariamente por ese orden).
Dibuja con ella, como si se tratara de una nueva figura estilística, a la que yo bautizaré humildemente como “Andalusismo” (con “s”): la jerarquía del mundo del artista flamenco, la evolución generacional, los altibajos, miedos, soledades, vértigos, triunfos, plenitud, dicha u ocaso, inclusive, que conllevan el haber optado por este camino de incertidumbres.
“Saboría”, “duende”, “ojú”, “El de Morón”, “trope”, “bailaor/a”, “Tangos del Titi”, “hacer compás”, “no pides ná”, “por Alegrías”… Con este tipo de expresiones, de jerga, tan cotidianas para los flamencos, consigue enriquecer las páginas de su novela, otorgándoles peso al convertirlas en parte de un estudio, están listas para ser analizadas, retomando importancia su origen, creación y naturaleza.
Por ejemplo, es tan importante para un bailaor saber del arpegio del guitarrista o la largura de la letra, como tener conocimiento de la historia de aquello que va a interpretar.
Es por eso, que Rasero, a lo largo de su novela elabora mágicos paréntesis, dentro de la misma historia, con los que narra al lector diferentes aspectos de docencia: biografías de artistas, el origen de los duros antiguos de los tanguillos; la leyenda de “El Cachorro de Triana”; y un sinfín de anécdotas que únicamente se pueden descubrir en esta segunda edición de “Sueños”.
Asimismo, el autor parte de varias premisas: tiene claro que quien sueña da el primer paso para cumplir objetivos y llevarlos a cabo. Tampoco deja atrás que artista es aquella persona con la capacidad de crear; y no se olvida de la tristeza del flamenco, una tristeza que paradójicamente se convierte en alegría, en ese sonido característico de este arte.
Por todo ello, pienso que es bueno tener como libro de cabecera, para quien pretenda saber de flamenco de una manera cercana y amable, esta segunda parte de “Sueños”. Pues es importante tomar conciencia de que leer es una de las cosas más flamencas que existen. Lo que se habla, al quedar por escrito, se estudia, se transmite, se queda. La jerga flamenca es el lenguaje que se debe conservar para seguir cumpliendo sueños flamencos, para continuar desgranando creaciones de estos “palos” que hemos parido en Andalucía, Sevilla, Triana, España y el Mundo, y no necesariamente por ese orden.
Adelina Uribe

