Juan Manuel, el abuelo de Sevilla
Instaló el primer teléfono de Sevilla, en el Alcázar, y a sus casi 104 años sigue haciendo un «footing» muy particular, sin salir de su casa. Pleno de facultades, Juan Manuel aprovecha para tomarse una cerveza cada vez que gana su Betis.El alcalde lo hizo ayer «abuelo de Sevilla»
«A la izquierda, alcalde, a la izquierda». Y el alcalde, que se había colocado a la derecha, tuvo que cambiarse de ala en el sofá para explicarle a Juan Manuel, por su oído bueno, que el Ayuntamiento lo había nombrado «abuelo de Sevilla», por ser el vecino de más edad de la ciudad: casi 104 años.
La escena, no exenta de cierta dosis de guasa por parte del propio Alfredo Sánchez Monteseirín, tuvo lugar ayer en el piso de la calle Virgen de Fátima en que reside Juan Manuel Vázquez Porras, a quien el propio alcalde se encargó de entregar el pergamino que lo acredita como el sevillano más longevo, aunque a decir verdad, lo del pergamino fue un «préstamo», ya que al realizarlo alguien erró el nombre de pila del homenajeado, que pronto recibirá uno nuevo con la errata corregida.
Una anécdota más, en todo caso, a contar en la vida de Juan Manuel, un jubilado de Telefónica - el más antiguo, naturalmente- nacido el 27 de diciembre de 1901, que a sus casi 104 años de edad aún hace gala de las facultades necesarias para evocar ante el regidor municipal y frente a una pléyade de fotógrafos que lo asaeteaban con sus flashes, momentos de su larga trayectoria vital, como aquél en que se convirtió en el instalador del primer teléfono de Sevilla, colocado en el Real Alcázar.
El servicio militar se encargó de hacer que este onubense, nacido en la localidad de La Nava - tiempo le faltó para defender ante el alcalde la buena calidad de los melocotones de su pueblo- , terminara recalando en Sevilla y más concretamente en El Tardón, donde vivió hasta que se trasladó a la calle Virgen de Fátima, donde residió junto a Encarnación, la mujer de su vida, fallecida con 95 años, a la que, cuentan sus sobrinas- nietas, aún tuvo el humor de requebrar cuando cumplió los cien años prometiéndole una noche esplendorosa.
Juan Manuel y su mujer no tuvieron hijos, pero sí una sobrina, María, a la que criaron como a tal desde que tenía cuatro años. Ayer, ella era ese otro «alma mater» de la casa, a falta de Encarnación, contrapunto sevillista durante años de este bético hasta las cachas al que aún le queda el regusto de tomarse una cerveza cada vez que gana su equipo, aunque esa cerveza, desde que cumplió el siglo, sea, como él dice, «amariconá», o sea, sin alcohol.
Su capacidad le lleva a seguir permanentemente, a través de la radio y la televisión, los resultados futbolísticos, incluso en los días en que la televisión se ocupa de su otra gran pasión: los toros. Entonces compatibiliza ambas retransmisiones y es fácil verlo mirando la corrida y con los auriculares de la radio siguiendo el fútbol.
Hombre extraordinariamente metódico, precisamente a esta virtud achaca su familia la longevidad de Juan Manuel, que tiene a gala cenar cada día a las ocho en punto, y siempre lo mismo: una pera y un yogur.
Esa misma meticulosidad la ha aplicado a su otra gran afición: el deporte, que no sólo practicó al aire libre mientras las fuerzas se lo permitieron - a fin de cuentas hacía su trabajo en Telefónica en bicicleta- , sino que sigue aplicado a ello en el salón de su casa. Es su «footing» particular. Para ello, sujeto a una silla, sigue caminando sin moverse de la baldosa. «Una manera de seguir moviendo el corazón», como afirma su familia, que lo adora.
Su siglo largo de vida es ya una rémora para que este abuelo de Sevilla salga a la calle, cosa que sigue haciendo para ir al médico, aunque la Seguridad Social no le caiga especialmente bien desde el día en que alguien allí le espetó que para qué iba a operarse de cataratas a los casi cien años.
Naturalmente, Juan Manuel se operó, pero por su cuenta. Gracias a ello no le falta vista a este jubilado pleno de sentido del humor que si se lamenta de algo es de la falta de su Encarnación y de que ya no tiene a dónde ir porque todos sus amigos se le han muerto y no le queda nadie para jugar al dominó, como hacía habitualmente en los Salesianos de Triana.
Juan Manuel encierra más de un siglo de vida y vivencias que ahora el alcalde le ha prometido que alguien mandado por el Ayuntamiento se encargará de escribir para la posteridad.