Avatar logró sobrepasar la valla de 300 millones de dólares en tan solo 15 días en EEUU. No es de extrañar que siga este ritmo en España, prueba de ello son las largas colas frente a la taquilla de los cines. La demanda es tal que deben sacarse las entradas con varias horas de antelación. Sin duda, la película ha dado la campanada en estas fiestas. Avatar es la última superproducción realizada para ser visionada en 3D. Permaneció guardada durante años en un cajón hasta que la tecnología cinematográfica ha permitido mostrar todo lo que existía en la mente de su director, James Cameron, empleando para ello cámaras que graban directamente en 3D. Avatar narra la historia de Jake Sully: un soldado que quedó parapléjico en la guerra y que es enviado al planeta Pandora con la apariencia de un Navi: una raza humanoide que habita este lugar. Las sensaciones de Jake al entrar en contacto con su avatar son las mismas que puede experimentar el espectador con la película, ya que sus efectos nada tienen que ver con los típicos de evitar los objetos que parecen que te van a golpear. Avatar logra introducirte en la película, casi formar parte de ella, porque a nivel de diseño gráfico, los personajes son tan reales como los que ocupan los asientos de la sala. Es un amplio despliegue de texturas, casi palpables, en un nuevo universo creado y cuidado hasta el más mínimo detalle que dejará boquiabierto a quien sienta predilección por la ciencia ficción y la fantasía. Nada de esto falta en la película, ni tampoco dramatismo y romance. Sin embargo, Avatar puede dejarnos con amargo sabor de boca en el planteamiento del argumento. La historia, como trasfondo, no es más que una mezcla entre la clásica Pocahontas y el movimiento ecologista que tanto vende en estos tiempos. Quizás este aspecto sea lo que haría de otra película una historia sin nada nuevo que aportarnos, pero el derroche de imaginación en el mundo de Avatar es tan impresionante que pasaremos por alto esta deficiencia. El espectador se va a sorprender tanto con el despliegue de efectos a los que sólo les falta el olor para ser reales, que pasará por alto el contenido, algo banal, de la película.
