Bien pensado, el mundo es una gigantesca dinámica de incesantes separaciones y reencuentros. Nos creemos que los separados son por definición aquellos que no arribaron juntos al destino de un matrimonio que se las prometía felices. Ojalá sólo esos fueran los separados. Qué más quisiéramos pasar únicamente en tales casos por el desgarro de los que se tuvieron tan cerca y dejan de estarlo. Pero la vida está llena de divorcios para todos los gustos, más diría que para todos los sinsabores de que es capaz de darnos a probar el bocado siempre amargo de la distancia. Divorcios de gente con la que estuvimos y dejamos de estar no necesariamente casados. Casi echamos los dientes ya con separaciones, como cuando perdemos a nuestros abuelos.
Mi admirado Manuel Alejandro escribió en Se me va que en la vida nunca hay nada para siempre. Canté esa canción muchos años desde el mero disfrute de estar escrita por tan colosal autor, la grabé en mi primer disco y gocé lo mío adoptándola como parte de mi repertorio. Hasta Reyes me enamoró cantándola en la penumbra de un bar de la calle Betis con su voz de lástima adolescente. Y yo trataba los versos del jerezano como a quien le pasan de refilón en un momento fulgurante de mi vida artística. Estaban en su sitio y yo en el mío, sin tener nada que ver excepto unos tres minutos juntos en el escenario. Y adiós muy buenas. Rafael Moreno me decía que cuando yo interpretaba ese tipo de canciones le gustaba que al terminarlas daba el problema resuelto y, al aplaudir el público, ya estaba sonriendo otra vez. Hoy los problemas tardan más, mucho más, que los tres minutos de una canción. Pero yo sonrío por encima de una letra sufriente.Separaciones, separaciones y más separaciones separaciones por todos lados: una hermana que no vive en Sevilla, un padre que hace once años que falta, una prima que trabaja en Madrid, otra que acaba de marcharse de vacaciones, una parte de la familia que tengo en Canarias, un íntimo amigo al que los viajes profesionales le llevan por medio mundo ¿Podrían pararse ustedes a pensar también en sus propias e incontables separaciones, en cuántas manos han tenido que cortarse caminando por esta vida llena de separados de todo tipo?
Pero los días pasan entre una de cal y otra de arena. También contamos reencuentros. Como el que he tenido con Espartaco en el cruce de caminos de un año difícil para los dos. Su legendario mentor presentaba la cuarta novela que ha escrito, En la piel del silencio. No podíamos faltar a la convocatoria ni Espartaco ni yo, nuevamente reunidos en ese destino común de amistad llamado Rafael Moreno.
Y el reencuentro con María Teresa Campos, que ha venido a Sevilla, a Gerena, para recibir el prestigioso premio de comunicación bautizado con el nombre inolvidable de Manuel Alonso Vicedo. La Campos se ha llevado a Madrid la estatuilla solo asequible a los grandes, los números uno; pero me ha dejado en mi tierra el aroma agradable de verla de nuevo. Teresa es para mí mucho más que una de las periodistas de raza que en España ha transmitido mejor, seguramente la mujer que más ha traspasado la fría batería de la tele, la larga distancia -por corta que parezca- entre quien sale por la pantalla y los que le ven por ella. Aquellos que nunca hayan pisado un plató no podrían imaginarse hasta dónde se obra, cuando sucede, un auténtico milagro de cercanía y proximidad desde un medio -créanme- básicamente gélido: de regidor, cámaras, luces, cables, director, realizador, órdenes, enfados a veces muy serios, tensión un medio incluso vago de colores hasta que los focos se encienden y avivan un decorado que sin iluminación sería inerte.
María Teresa me llega siempre desde aquella mañana en la que, gracias a ella, pisé por primera vez Prado del Rey. A ella y a Carmelo Millán, claro, mi manager, que me consiguió el Pasa la vida. Prado del Rey, con los estudios de TVE, era para mí una especie de conjuro mágico que representaba toda mi vida de niño viendo la tele; la tele de Los Chiripitifláuticos, la tele de Fofó, la del Estudio 1, la del Un, Dos, Tres
Y me llega María Teresa desde la Feria de Abril, con el permanente coche de caballos de producción de su programa en directo desde el Real. ¡Lo que nos hemos reído en ese coche de caballos! Un día íbamos subidos Terelu, Parada, Antonio Montiel, Concha Galán, Miguel Caiceo y yo, cuando se puso a lloviznar y bajamos la capota para protegernos del agua. Al rato, Caiceo se percató de que había escampado pero seguíamos cubiertos. Y soltó aquella frase genial que no olvidaré nunca como prueba de los sacrificios que exige ese mundillo:
-¡Terelu! ¡Levanta la capota, que nos ha costado mucho ser famosos como para que ahora la gente no nos vea!
Qué guapa está la Campos. Se lo dije. Y qué guapa iba también Marina Bernal, que como al cabo de los años Carmelo siempre está en Cuba, parece haber tomado el testigo para que yo no pierda el compás, este hermoso compás de los reencuentros.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado