España, 2012. Director: Álex de la Iglesia. Guión: Randy Feldman. Fotografía: Kiko de la Rica. Música: Joan Valent. Intérpretes: José Mota, Salma Hayek, Juan Luis Galiardo, Blanca Portillo, Antonio de la Torre, Manuel Tallafé, Fernando Tejero, Nerea Camacho, Eduardo Casanova, Antonio Garrido, Carolina Bang, Santiago Segura, Juanjo Puigcorbé.
La historia no es nueva. Usar los medios de comunicación para sacar tajada económica de la tragedia de un ser humano es algo que ha sido contado por el cine en numerosas ocasiones, desde los tiempos de Un gran reportaje (1931). La cinta que más se asemeja a La chispa de la vida es El gran carnaval (1951), de Billy Wilder; en ella, un hombre atrapado en una mina es usado por un periodista sin escrúpulos (Kirk Douglas) para conseguir el gran reportaje de su vida, en connivencia con un sheriff local que sólo piensa en su reelección. Alrededor de la cueva se monta un circo mediático que incluye a visitantes de todo tipo, hasta turistas que quieren ver de cerca el lugar de la catástrofe.
La chispa de la vida traslada la acción a la actualidad, en el Teatro Romano de Cartagena; un desempleado (José Mota) sufre un accidente en las obras del teatro y queda clavado en el suelo por un hierro que se le ha hundido en la cabeza. La figura del periodista es sustituida por la de un representante de una agencia de famosos (Fernando Tejero), y el sheriff es ahora un alcalde preocupado por mantener su asiento (Juan Luis Galiardo). La trama es básicamente la misma: son varios los personajes a los que les interesa que el rescate se alargue en el tiempo para poder sacar mayor ganancia. Sólo la esposa de la víctima (Salma Hayek) se rebela ante los mercaderes del morbo.
Es extraño cómo se monta esta película, con una pareja tan dispar como José Mota y Salma Hayek, y basándose en un guión rechazado en Hollywood, escrito por el estadounidense Randy Feldman (sus credenciales son Tango y Cash y El negociador). No se explica qué le vieron a este guión, de autor pésimo, que nadie quería comprar. La historia es plana, previsible, sin giros argumentales ni sorpresa final. Sólo sirve para que Álex de la Iglesia desbarre en varios momentos (es habitual en su filmografía) y nos plante una galería de personajes demasiado caricaturescos: el alcalde, la directora del teatro, el productor malvado, los hijos del protagonista (uno de ellos vestido de gótico siniestro, a saber a qué viene esta estupidez).
Tampoco ayuda en esta tragicomedia la presencia de José Mota. No se puede negar que es un buen actor, pero tiene el gran inconveniente de estar demasiado pegado a su imagen televisiva; cuesta mucho trabajo tomarse en serio su faceta dramática, por muy trágico que se ponga y aunque su interpretación sea correcta.
En cuanto al mensaje, la cinta abarca varios temas: la dignidad del individuo, la carroña televisiva, la crisis actual, el calvario del desempleo, y la avaricia de los bancos con el cobro implacable de las hipotecas. Pero todo está contado a brochazos, sin ninguna sutileza y con bastante obviedad.