The Counselor. USA, 2013. Director: Ridley Scott. Guión: Cormac McCarthy. Música: Daniel Pemberton. Fotografía: Dariusz Wolski. Intérpretes: Michael Fassbender, Brad Pitt, Javier Bardem, Cameron Diaz, Penélope Cruz, Goran Visnjic, Dean Norris, Natalie Dormer, John Leguizamo, Rosie Perez, Bruno Ganz, Rubén Blades, Fernando Cayo.
Los personajes de esta película parecen haber pasado por la Facultad de Filosofía; da igual si habla un narcotraficante, un abogado o un camarero, todos tienen alguna reflexión filosófica guardada en el bolsillo para calentarle el oído a su interlocutor y darle la brasa al espectador con profundas disquisiciones sobre el sentido de la existencia, la condición del ser humano, las consecuencias de nuestros actos y el destino que cada uno se forja (hasta citan a Machado y su Caminante no hay camino); todo es falso e impostado, tan poco creíble como la peluca y el rostro embadurnado de Javier Bardem para que parezca mexicano.
No se entiende a qué viene tanta cháchara, ya que tenemos una buena historia, con una interesante y compleja trama, planteada a la manera de un tablero de juego en el que las piezas comienzan a moverse e ir encajando unas con otras. La idea está bien desarrollada, aunque la acción tarde en arrancar 45 minutos (debido principalmente a diálogos tan largos e insustanciales), y hay momentos de buen cine, con secuencias filmadas con la maestría habitual de Ridley Scott; la cinta crece muchos puntos cuando llega una determinada persecución, el asesinato de un camello o el robo de un cargamento de cocaína. En esos momentos es donde aparece el cineasta que nos gustaría ver durante todo el metraje, planificando como pocos saben hacerlo, creando la tensión que nos hace fijar los ojos en la pantalla, lástima que nos haga caer en los numerosos baches que tiene la cinta.
El consejero tenía todos los ingredientes necesarios para convertirse en lo que el público llama un peliculón: la dirección de Scott, el guión de Cormac McCarthy (No es país para viejos) y un reparto de lujo: Michael Fassbender, Cameron Diaz, Javier Bardem, Penélope Cruz, Brad Pitt,... hay productores que se matan por conseguir na galería de estrellas como esta. Y no se puede decir que ninguna desmerezca en su trabajo (algunos incluso brillan de una forma especial y sorprendente, como Cameron Diaz); el problema es que los personajes están sobrecargados de la verborrea y la supuesta densidad que el guionista ha querido darles y el director ha consentido. Es un error pensar que la complejidad y el dibujo de unos buenos personajes se consigue a base de extensos e interminables diálogos; no es necesario hacerles hablar tanto (y si lo hacen que sea de forma tan justificada y natural como en las películas de Tarantino); aquí los protagonistas dicen hasta aquello que forma parte de las reflexiones a posteriori que puede hacer cualquier espectador; no hay margen para que dilucidemos por nuestra cuenta cuál es el mensaje o moraleja de esta historia, nos lo dan hecho en las eternas peroratas de los personajes.
A Scott le ha faltado ese consejero al que alude el titulo de la película, alguien que le hubiera dicho: Ridley, recorta esos diálogos, quítale media hora a la cinta, imprime un poco más de ritmo y pule algunas situaciones. Y si le hubiera hecho caso al hipotético consejero, es muy posible que ahora estuviéramos hablando de una de esas obras maestras que nos ha regalado el realizador a lo largo de su carrera.