Los Reyes Magos nos miden el alma. Me recuerdan a cuando siendo niños y creciendo nos iban tomando con un metro los centímetros que ganábamos de altura. Los Reyes Magos no vienen tanto para traernos nuevos regalos, sino para revisar si conservamos el más importante que nos dejaron y hallamos al levantarnos en una mañana lejana y feliz: la infancia. Vienen a pedirnos cuentas, con toda delicadeza, con toda majestad, pero nos las piden. Con el paso de los años, mientras cruzaban las cabalgatas, ¿qué hemos hecho de nuestra niñez?
Hoy, muy temprano, como por adelantado, mi hija María ha recibido el primer presente, la más madrugadora de las sorpresas, unas palabras de su tía Pilar:
En todo mi Facebook, hoy no hay nadie con tanta ilusión y brillo en los ojos como María. No hay nadie más nervioso e impaciente que ella. Será la que de este muro de amigos coja más caramelos, más grite a sus Reyes, antes se duerma entre ansiedades preciosas y antes se despierte mañana con ojos enormes de sorpresa. ¡Vamos, María, que están llegando! Ya queda menos. Han leído tu carta. La mía también y en ella te nombro. Es tu día. Danos hoy a los adultos el placer de verte llena de Esperanza, de inocencia, de futuro, de ilusión. Lo necesitamos, te lo aseguro. Mil besos, querida sobrina. Gracias. Tengo unos nervios!!!!.
Mi hermana Pilar, como tantos, como yo mismo, como España, va a ver pasar la Cabalgata desde la acera difícil de montones de problemas propios y ajenos. Pero aún cree en los Reyes Magos, todavía le atenaza un nudo en la garganta gritando los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Nada logró destrozarle el corazón de una pequeña que se echaba a las calles de Sevilla esperando a la Cabalgata del Ateneo. A mí tampoco. Ninguna amargura -que las hubo, que las hay- fue más grande que mi ilusión. Hoy auparé a María mientras yo mismo estaré sostenido en La Campana por mi abuelo Rafael. ¿Y ustedes? Hagamos una de esas torres humanas que parecen inacabables. Al tiempo que esta noche levanten a sus hijos, ¿seguirán allá arriba en los brazos de sus padres o sobre los hombros de alguien querido, ya arropado por la vieja memoria del amor más tierno de la infancia? ¿Se emocionarán, se les romperá la voz llamando a los Reyes, les asomará a los ojos el brillo de un tiempo ido? ¿Se conmoverán, llorarán? Pues si aún lloran, si todavía lloramos, entonces es que estamos salvados.