Por si alguien lo duda entre miles de lectores de este periódico, sé perfectamente que hay vida más allá de Rajoy, lo mismo que la hay más allá de la pared cuando nos parece que el mundo se acaba por algo. Mi reincidencia en contar la actualidad política española, con el estupor y la rabia de un votante del Partido Popular que se siente cada vez más estafado, no tiene nada que ver con una miopía ante el paisaje variopinto y hermoso del resto de cosas que están para disfrutar. Ofendería entonces a no pocas personas y amigos extraordinarios que agrandan todo lo que tocan con sus palabras, con sus abrazos, con su afecto. Y convertiría en insignificantes a mis hijas, con quienes incesantemente pongo los pies sobre planetas de asombro y felicidad en los que nunca estuve antes que con ellas.
Si insisto en mis denuncias no es por obcecado ni obsesivo, sino por responsable. Porque de forma natural me siento incapaz de escurrir el bulto; y me niego a hacer la vista gorda con volúmenes enormes de desvergüenzas que están ante mis ojos y los de todos. Hay que recriminar a quienes están hinchando nuestra existencia diaria de corruptelas y mentiras insoportables. Hay que acabar precisamente con los que quieren que todo se acabe, menos sus privilegios y ventajas en puntos de partida que nada tienen que ver con los nuestros. ¡Qué gracia!: el rey y el príncipe se bajan el sueldo un 7%. ¿De cuánto? ¿De mil y pico de euros a los que les recortan el 10? ¿Va a haber barquitos este año en Mallorca? ¡Venga ya!
Escribir en España no es que sea, como dijo Larra, llorar; es que es agotador. Seguir periodísticamente día a día las ocurrencias que tiene este Gobierno, no hay cuerpo ni mente que lo resista. Mantenerte en solidaridad con los graves problemas de los demás después de acarrear los tuyos propios, es un ejercicio sin desmayo de lucha sin rendiciones.
Mis armas son un simple grano de arena en forma de palabras, como las que se escriben enamoradamente a la orilla del mar, sometidas al mismo riesgo de que las borre una ola. Ese grano de arena, como la inmensa mayoría de los españoles, es lo único que tengo. Pero lo voy a poner. Como tú, como aquel. Lo voy a poner aunque mientras nos están engañando se me haya ido un amigo como Pepín Castillo y le deba un epitafio cariñoso con mi admiración. Lo voy a poner aunque mientras atentan con nuestra dignidad salarial haya terminado una nueva edición de Se llama copla y esté deseando contarles quién es el que se llama José Miguel Álvarez. Voy a poner mi grano de arena, aunque mientras se juega con fuego en mi país no deje de saber que tengo artículos pendientes sobre Pepe Torrano, Araceli Vera, Paco Gallardo y Raquel Revuelta. Y sobre miles de cosas de esa vida entera y fascinante que hay más allá de Rajoy -que había ya antes de Rajoy- y que, cuando un día salga de La Moncloa y engrose la historia de los hombres que no saben subirse a un tren, procuraremos que sigan formando parte de nosotros.