Hay artistas maravillosos en la escena, pero insoportables fuera de ella. Otros, sin embargo, tratados de cerca, en la intimidad si cabe, concuerdan y se ajustan a la impresión que de ellos da la tele o el teatro. Manolo Escobar era de estos. Manolo Escobar era de verdad, sin pose. Y tratable, cercano, divertido, mentalmente inquieto, creativo sin cesar, culto, de inteligencia natural y, ¿porqué no decirlo?, un hombre de suerte, tocado por la vara mágica de la fortuna y elegido por los caprichosos aciertos de la vida. Con decir que la única vez que gané algo en la lotería fue por un décimo que él me regaló.
Debo a Charo Reina y a Miguel Caiceo el encuentro con Manolo Escobar. Desde entonces, la de veces que hemos comido juntos, porque congeniamos enseguida. Manolo siempre me miró y me trató con un gran cariño. No está bien que lo diga, pero me distinguió. Tanto que hasta me invitó a Barcelona para que asistiera a su debut en el teatro Apolo, cantando mis canciones. Conocí la Ciudad Condal gracias a él.
Hay una España que despidiendo a Manolo Escobar se está despidiendo a ella misma. La España que contó sus chistes sobre el carro; la España rural de unos difíciles años en los que se buscó salida yéndose la gente de los pueblos a la capital; la España de los españoles en Alemania; la España de la minifalda en los toros o el retumba retumba del Porompompero; la de beben y beben y vuelven a beber los peces en el río de lejanas nochebuenas; la España de los mejores y más enardecidos vivas que haya recibido la madre patria con un pasodoble; la España de los cuatro puntos cardinales, y el vino, y las mujeres La España de un hombre del campo cuyo éxito consistió, seguramente, en cantar como si faenara entre los trigos y se vistiera en los escenarios como si se trajeara de domingo atravesando una calle Real. Las volvió locas.
Adiós, Manolo. Gracias por todo, gracias por tanto. Nadie que no haya pasado por algo semejante puede imaginarse lo que sentí cuando cantaste mis canciones, cuando las llevaste a tus discos, cuando abriste tus espectáculos con ellas. Yo había sido un niño más de los que habíamos crecido en un país donde tu voz era parte del sonido de la vida. ¡Y llegar con los años a ser amigo tuyo! Hoy cada cual va a contar su recuerdo y cariño hacia ti. Yo no te olvido como hombre buenísimo que cuando mi hija Marta estuvo tan enferma, recibió tus regalos, tus peluches y hasta tu llamada a diario junto a Gabriel, tu sobrino y manager, para saber cómo evolucionaba en aquel interminable mes que por fin terminó. Como fuiste un ser humano y un artista tan estelar, ya habrán escuchado los ángeles aquello con lo que te recibimos tantas veces en la tierra:
-Con ustedes... ¡Manolo Escobar!