Raphael ha vuelto a grabar El tamborilero. Fue su primer éxito rotundo para sentar las bases de una carrera que dura ya más de cincuenta y tres años. Fue su lanzamiento decisivo después de varias intentonas relevantes, pero no definitivas, como Benidorm, la estancia parisina con Barclay, la tourné Noche de Ronda, que el propio artista recuerda siempre como la del hambre, y su histórico recital del Teatro de la Zarzuela.
El tamborilero o sus sinónimos, El pequeño tamborilero, La canción del tamborilero, es una creación de origen checo, El niño del tambor, que data -con muchas dudas- de 1941. Parece que Raphael la vio pasar por Estados Unidos en la interpretación de Frank Sinatra y su olfato para el éxito le hizo pensar que debía hacerse con ella, que adaptándola al castellano estaba su gran oportunidad. Ya se sabe que no se equivocó y que hizo que llegara a tutearse con las más clásicas, como Noche de paz. Con El tamborilero empezó para las multitudes el fenómeno Raphael. Aún recuerdo lo que dijo uno de los amigos de mi padre cuando presenció la actuación televisiva del artista en la Navidad de 1965 cantando por primera vez el villancico. Se llamaba Paco Fernández Heredia y fue profético:
-Este muchacho acaba de resolver su vida.
Al cabo de tantos años de aquel estreno, por youtube circula su nueva versión de 2013 en un videoclip de factura elegante, de clima cálido, para acoger a un villancico que el artista interpreta ahora vestido con el eterno uniforme negro que tanto lo identifica, añadiendo un cinturón de incrustaciones metálicas -muy propias de los 70- con el que vuelve al atuendo de una vieja foto de antología y cuya evocación desde su imagen actual le ha servido para anunciarse en su última gira.
Raphael ha cantado su universal éxito en el mismo tono que lo hiciera con veintipocos años, pero es prácticamente la única semejanza formal que guarda con el original, pues ha descartado absolutamente, con nuevos arreglos y diferente orquestación, la mínima idea de remasterizar. Ha querido ofrecerse con historia a las espaldas, con años de solera, con la hondura de su madurez personal y artística. Se diría que ahora ya no canta el niño del tambor, sino el hombre del tambor: se ha brindado en la esforzada y tenaz travesía de un ser humano de vocación inquebrantable, con su voz de eterno eco de infancia y escolanía, pero con sabor de nuevo nacimiento; entre la dulce y tímida veneración del principio ante el Redentor y los bríos entusiasmados de andante confiado de ahora, sabiendo de sobra que siempre halla a Dios.
Raphael llega a una sinceridad tal que canta sin ph, canta con f de extrema verdad personal, con su naturaleza luchadora en primera fila de las dificultades, de las superaciones, número uno en librar batallas que otorgan la victoria del entusiasmo, imparable en ilusiones y asombros, menos divo que nunca y tan igual como sus semejantes, con entrañas de Nochebuena que tiene ya sillas vacías, en el escalofrío de echar de menos a los que se fueron, pero abrazando a una nueva criatura entre los suyos, y sabiendo que la cuna del portal siempre está llena del amor más grande que jamás haya conocido la Humanidad.
Hay que ver el video para que me entiendan. Raphael canta mirándose a sí mismo por módulos, frente a frente en retrospectivas de las tantas veces como emprendió el camino que lleva a Belén, el que baja hasta el valle que la nieve cubrió. Y se contempla en ellas y hasta se dona en mitades desde el presente al pasado, como el todo que define y hace crecer a los seres humanos. Se conforman y completan mutuamente el que fue y el que es. Sin ser nostálgico, esperando al futuro, nuestra una sana complacencia en cruzar por su historia a través de una canción fundamental, con la que ustedes y yo empezamos a ser amigos. ¿Quién ha hecho esto tan bonito, Raphael? ¿De quién ha sido la idea de esta hermosa metáfora de asumirte en partes para darte entero? ¡Darte entero, Raphael! El primer mandamiento de un artista como tú.
Querido amigo: desde este lugar cotidiano de mis días, desde esta página donde escribo, reflexiono, acierto o me equivoco, me caigo y me levanto, me animo o contrarío, desde esta parte de la prensa en la que, mirando la vida, te he contado tantas veces como uno de sus sonidos más apasionados, desde aquí, querido Raphael, te digo que me conmueve ese niño del tambor que se ha convertido en hombre y lleva en la voz aroma de mirra. Y te digo también que me ha llamado poderosamente la atención que ahora cuentes y cantes dos veces -no una como en tus comienzos- que cuando Dios te vio tocando ante Él, te sonrió. Ha sido como un acto reflejo sin premeditación, fruto de una conciencia de valores diferentes después de tu vida puesta en la dura encrucijada de prorrogarla o no. Y es que de toda tu inmensa carrera de éxitos, de los públicos en pie por todo el mundo, de las ventas millonarias de tus discos, los de oro, platino, el de uranio de todo eso, querido Raphael, seguramente lo mejor, lo más importante, lo más grande y tu mejor trofeo es que cada vez que le has tocado a Dios tu tambor, te ha sonreído.
Feliz Navidad, amigo; y a mi apreciada Natalia, y a tu familia entera de enhorabuena con un nuevo miembro, y a Soledad Jara Siempre De Paco Gordillo -como un apellido de su corazón-, que sé por Natalia que está muy unida a vosotros y de la que me cuenta su emoción cuando escribo estas cosas: estas cosas de la maravillosa historia de un niño pobre ya hecho hombre, sin más posibles que un viejo tambor, pero que cada vez que lo toca hace sonreír a Dios, ¡ni más ni menos que a Dios!