Voy a salir en un libro de Joaquín Arbide. Lo cuento sin arrogancia, pero con orgullo. Porque Joaquín Arbide es un histórico de los últimos cincuenta años -o más- de la historia de Sevilla. No hay prácticamente una zona de la ciudad por la que él no haya transitado de un modo u otro dejando huellas. Y ahora que prepara la obra que titulará Plaza del Duque, ha tenido la ocurrencia de invitarme a contarla, junto a otros elegidos, desde mis propios pasos por ella y su entorno.
Yo podría traer la noticia dándole la vuelta más correcta: que va a publicarse un nuevo libro de Arbide, no que yo vaya a aparecer en sus páginas, con fotografías incluidas. Pero no puedo resistirme a la distinción que el autor me hace. Compréndanme. Arbide es un legendario del teatro sevillano y español como director que fue del grupo vanguardista Tabanque. Arbide es un hombre de la radio y de la televisión, un gran comunicador. Y desde hace más de una década, Arbide es un escritor de éxito de ventas que ha ido dejando libro a libro un buen mosaico, literario y gráfico, de los recuerdos de Sevilla. Y resulta que ahora Arbide me toma por uno de esos personajes de la ciudad adecuado para descifrarla. Todo un halago, oiga. Porque yo de Joaquín, en cuestión de que me regalara el oído, ya tenía bastante con lo que una tarde de Feria del Libro me dijo al acercarme al stand en el que firmaba sus ejemplares:
-¡La de años que te conozco echándote el pelo hacia atrás!
Lo cual no es poco con la de cosas que me han pasado para poder haberlo perdido. O cuando me pidió, para entrevistarme sobre Plaza del Duque:
-Quiero que me cuentes de tu niñez, de tu infancia y de tu juventud, aunque en la juventud ya veo que sigues.
He mantenido esa entrevista en el restaurante José Luis de la Plaza de Cuba. Entrevista es una palabra muy fría con Joaquín, me sale mejor y más cálida llamarla reencuentro. Nos conocemos y nos seguimos la pista desde que nos vimos la primera vez en la emisora La Voz del Guadalquivir. ¡Qué tiempos! Y charlamos ahora tranquilamente este primer viernes de marzo, en esta tarde en que ya nos está empezando a sitiar la luz, tendiendo su emboscada por callejas y plazas.
Una de las mejores experiencias de esta vida es que llegues a conocer y estar cerca de la gente que admiras. Y yo he admirado mucho, de siempre, a Joaquín Arbide. Es una de esas personas que sabe llevarte el dedo hasta la llaga de Sevilla, para que creas en una ciudad increíble. Y a esa ciudad esquiva y difícil, pero emocionante y hermosa, para esa ciudad que nos hace posibles en un modo único y distinto de ser, he dejado, como un agradecimiento que se quede para siempre en un eterno libro de Joaquín Arbide, mis recuerdos de los Maristas, los de la casa de mis abuelos en Cardenal Cisneros, recóndita calle para la Vera Cruz antes de que por El Corte Inglés se abriera la de Virgen de los Buenos Libros, el Patio Andaluz en el que me saqué el carnet de artista, mi debut en el Teatro Imperial
Es un honor que mi pequeña vida vaya a extenderse tanto como por el texto de un autor llamado Joaquín Arbide, que siempre deja la letra escrita con amabilidad, benevolencia y ternura hacia una ciudad que queremos tanto. Y esta vez desde su propio corazón que late en el centro, en la Plaza del Duque.