En Jueves Santo, corazón de la Semana Santa, la Iglesia celebra el Día del Amor Fraterno para llamarnos a vivir verdaderamente hermanados, haciendo efectivo el mandamiento nuevo del amor. La caridad es la mayor dimensión del espíritu de servicio y del valor solidaridad, siendo expresión de generosidad y filantropía en grado máximo. Es la celebración del amor de Dios y también del amor debido entre quienes caminamos simultáneamente en esta vida. Caridad es ayudar a todos en lo grande y en lo pequeño, en lo importante y hasta en lo nimio.

Buen momento éste para examinar en conciencia nuestro espíritu de servicio, que es esa actitud personal para colaborar, cooperar o apoyar desinteresadamente a otros sin esperar nada a cambio. Es un positivo impulso vital en beneficio de los demás, como contrapunto al enfermizo egoísmo que siempre nos acecha y con la única recompensa de sentir la íntima satisfacción que produce ayudar al prójimo. La vida nos enseña que sólo es valiosamente poderoso quien se entrega a sus semejantes, pues sólo servir justifica el poder. En buena medida somos el servicio que prestamos y la utilidad que generamos para los demás.

Hace poco acaeció un hecho relacionado con el mundo cofrade quizás intrascendente, pero que conviene referir ahora. Una joven veinteañera afectada por el síndrome de Down mostraba gran ilusión por asistir al pregón oficial de la Semana Santa y así se lo pedía cada día a sus angustiados padres. Llegó ello a conocimiento de una persona de natural dada a ayudar, quien sin conocer de nada a esa familia hizo suya tal causa.

Movido por su talante solidario pidió una invitación a altos cargos del organismo coordinador de las cofradías y también de las Hermandades a las que él pertenecía, haciéndoles ver la conveniencia de ayudar a la chica en asunto ciertamente poco relevante pero muy importante para ella. Más ninguno de esos cofrades mostró disposición de servicio, evidenciando todos desinterés y, en definitiva, falta de caridad.

Fue luego en una Hermandad señera, distinta de las suyas, donde el intercesor encontró comprensión: “está claro que esa joven tiene mejor derecho que cualquiera de nosotros para estar mañana en el teatro”, concluyó uno de los oficiales que le atendieron. En minutos gestionaron la situación y le entregaron una entrada, con la que al día siguiente la chica pudo asistir al pregón. Esa mañana la alegria de la joven fue la más auténtica de todo el teatro, mientras el benefactor se emocionaba ante la televisión pensando en la joven a la que había cedido su localidad. El buen cofrade había dado un discreto y verdadero pregón de amor fraterno, frente al pregón de sentimentalismo vacuo que a buen seguro vivieron quienes nada hicieron para ayudarla. No se trata de reprochar conductas sino de que suene el llamador de las conciencias, que en ocasiones conviene oír el martillo llamando en nuestro interior.
En palabras del Papa Francisco, “el amor fraterno es como una palestra del espíritu donde día a día nos confrontamos con nosotros mismos y tenemos el termómetro de nuestra vida espiritual”. Debemos ser caritativos cumpliendo así el primero de los mandamientos de Jesucristo. Es inadmisible no servir a los hermanos pudiendo hacerlo, cuando se ha de ser solidario especialmente con los más desfavorecidos. El ejercicio de la caridad comienza por las cosas pequeñas, que sin ellas difícilmente se realizaran después grandes obras de amor.
En estas fechas los cristianos debemos renovar nuestro compromiso con la caridad, que no en vano es el amor puro de Cristo por los hombres y el que nosotros deberíamos tenernos mutuamente. No proclamemos en vano esa virtud si luego eludimos practicarla. Los cristianos debemos cuidar con actitudes ejemplares la imagen de las hermandades, en cuyo seno tantas buenas personas viven su fe, su esperanza y su caridad, según mandan la Santa Madre Iglesia y la peculiar idiosincrasia de esta ciudad.

No olvidemos que la virtud teologal de la caridad es la principal exigencia de nuestra fe. Comprometámonos un año más con ella al conmemorar la Última Cena, en la que Jesucristo se dio en eucaristía y mandó que nos amasemos los unos a los otros como Él mismo nos había amado. Fue así como aquel primer Jueves Santo el verdadero Dios hecho Hombre dejó dictado entre nosotros el fundamental pregón del amor fraterno.
José Joaquín Gallardo es Abogado