Como en la canción que le escribiera Manuel Alejandro, que eso no es un compositor, sino un sastre a la medida, un experto que coge el metro y la tiza y le toma al artista la sisa de la frase que le corresponde, el largo o el dobladillo de la palabra adecuada y hasta el ancho del preciso instante del énfasis, como en la canción digo, a veces llegan cartas de Raphael. Son cartas que te hablan de que en la distancia el cariño crece, el del fervor del público que le venera después de más de cincuenta años de éxito, ahora por su nueva gira americana. Son cartas que te dicen que al estar tan lejos nada es diferente, la tónica invariable de la apoteosis, porque en todas partes, en México, Perú o Canadá, New York, Miami, ahora mismo en Puerto Rico, los públicos le reciben en pie, que más parece que ha terminado un concierto en vez de empezarlo, cuando aún no ha abierto ni la boca, cuando sólo ha extendido los brazos tanto como le es posible abrirlos, como en su canción de los primeros tiempos, que te acoge con un deseo tal que parece, desde la cima del triunfo, el monumento de Río de Janeiro, para que todo el mundo sienta que entre las miles de ovaciones que le envían está recogida la de cada uno. Raphael es al éxito como el gallego a la escalera, que si te lo encuentras en ella no sabes si la sube o la baja; pues con el frenesí constante del público, tú no calculas si Raphael acaba de iniciar un concierto o lo ha terminado. ¿Quién acertaría por el calor popular a averiguar si está al principio, en medio o al final?
🕐 24/05/2013 17:46
✍️ Prácticas
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