Que verdad tan grande y que, mensaje tan importante, el que nos ofrece a continuación, nuestro admirado y querido amigo Don José Miguel Núñez Moreno, SDB, incansable viajero y como siempre, se detiene en sus que haceres cotidianos y nos brinda, una nueva entrega de Palabras al oído, recuperando ahora para nosotros, unas palabras que a pesar de escribirlas Don Bosco, con ese gran corazón de padre en 1847, poseen una gran frescura, dado que su mensaje, es tan sencillo como el pan nuestro que, comemos cada día, pero que han dado un fruto esplendido a miles y miles de jóvenes, en los cinco continentes, donde al igual que llega la mirada de Dios, ha llegado la semilla viva de unos buenos consejos a través de la palabra de un manual de oración para aquellos chicos del Oratorio, llegando a ser referencia patente y latente en la vida de Valdocco.
Y con un referente pleno de amor de Mamá Margarita en I Becchi. Toda una madre heroica, ejemplar que, con su sencillez habitual y su gran amor, se convirtió en una experimentada educadora, enseñó a sus hijos a Mirar a lo alto y que fijaran su vista en la grandeza de un cielo plagado de estrellas, con cosas sencillas como estas, Juanito aprendió a valorar la grandeza de Dios Padre y Creador del cielo y la tierra y de todo lo creado
Por eso cada día al acostarnos, debemos de dar gracias a Dios por las cosas buenas que nos ocurren y pedir su protección y al levantarnos, lo primero que, debemos de hacer, es dar gracias a Dios por el nuevo día...
Recordemos amigos que en esta vida estamos de paso y que debemos de hacer bien nuestros deberes para que, al final de nuestros días, lleguemos a la presencia del Padre, con el corazón limpio y la conciencia tranquila, de haber cumplido bien, las misiones que cada uno tiene encomendadas y alcanzar la vida eterna que Dios, nos tiene prometida y estemos atento a la mirada de Dios y miremos siempre hacia arriba, hacia lo alto.
Prestemos atención a esta nueva entrega de:
PALABRAS AL OÍDO Año II Número 27 Semana 47/2007
Mis queridos amigos:
Don Bosco escribió en 1847 un manual de oración para sus muchachos del Oratorio. Lo tituló El joven instruido y fue una referencia constante en la vida de Valdocco y de la futura Congregación Salesiana durante generaciones. No era tan sólo un manual, sino que además contenía una propuesta espiritual donde nuestro padre expresó su manera de entender la vida cristiana de los jóvenes.
En el prólogo, Don Bosco escribió:
Queridos jóvenes, os amo de todo corazón y me basta que seáis jóvenes para que os quiera mucho ( ) Alzad los ojos, hijos míos y mirad hacia lo alto .
Se trata, ni más ni menos, que de una propuesta de santidad juvenil. Un camino de espiritualidad muy en conexión con la vida de los muchachos, muy de todos los días, muy cercano a la realidad cotidiana. Don Bosco no pedía grandes prácticas de piedad a los chicos del Oratorio, pero les enseñaba siempre a hacer de lo ordinario algo extraordinario: era una propuesta que invitaba a levantar la mirada para fijar los ojos en Dios.
Levantar la mirada hacia lo alto es caer en la cuenta de que la presencia de Dios impregna la vida de cada día dándole un sentido nuevo y diferente. Es alzar los ojos de la tierra, del metro cuadrado que a veces tanto nos agobia, de aquello que no nos deja vivir tranquilos y nos roba la paz del corazón, de lo que nos desasosiega o no nos deja ser verdaderamente libres. Es, sobre todo, experimentar la cercanía de Dios que nos quiere y nos señala siempre un horizonte más pleno que alcanzar.
Para Don Bosco, la espiritualidad es la experiencia cotidiana y sencilla de la cercanía de Dios, de su bondad misericordiosa, de su preocupación por nosotros.
¿No fue eso lo que le enseñó Mamá Margarita en I Becchi? Cuando se sentaban a la puerta de la casa en las noches de verano, siendo Juan tan solo un niño, le invitaba a mirar a lo alto, a fijar la mirada en el cielo para ayudarle a comprender que Dios es un padre bueno que en su infinita bondad encendía las estrellas cada noche para nosotros.
Aquel humilde campesino creció convencido de que un pedazo de paraíso lo arregla todo. Siempre había una estrella que contemplar, un cielo que admirar, un agradecimiento que musitar en el silencio de la noche porque Dios se preocupaba siempre por sus muchachos y nunca los abandonaba. Estaba seguro de que, por muy fuerte que soplaran los vientos, la confianza inquebrantable en Dios iluminaba siempre, de forma nueva, la realidad.
Fue precisamente este amor providente de Dios que tantas veces experimento en su vida, el que Don Bosco quiso transmitir a sus muchachos. En El joven instruido, en su espiritualidad, la primacía la tiene siempre Dios y su amor de Padre.
Apuntemos siempre a lo importante. En nuestra propia experiencia creyente, en nuestra propuesta de crecimiento en la fe para nuestros jóvenes, no perdamos nunca de vista dónde está lo esencial: la espiritualidad juvenil salesiana es un camino sencillo hacia la santidad en el que aprendemos, desde la vida diaria, a mirar siempre hacia lo alto, a levantar los ojos hacia Dios. Y siempre habrá un cielo por el que agradecer, cada noche, tanta providencia.
Buena semana. Vuestro amigo,
José Miguel Núñez