Podría agotar las veinticuatro horas del día hablando y teorizando sobre periodismo, que es tanto como charlar sobre la vida, puesto que para él son una y la misma cosa. Es esta una apreciación fácil de colegir del discurso de Jorge Muñoa, redactor de baloncesto de la agencia EFE, un reconocido informador que pese a los avatares de una profesión sujeta las más de las veces a los designios del superior, sigue abogando, como es su obligación, por cumplir con los principios deontológicos y éticos que dan sentido a un oficio al que de forma estéril por el momento las facultades de comunicación siguen empeñadas en otorgarle la categoría de ciencia.
Muñoa habla con propiedad y la sapiencia derivada de los años del tan en la sombra pero imprescindible trabajo del periodista de agencias, primer eslabón de la cadena informativa. En un teletipo, asegura, deben imperar las tres C: claridad, corrección y concisión. Nada de giros lingüísticos, metáforas o detalles cara a la galería. No son esos recursos apropiados para la información directa, al detalle y contrastada al menos por dos fuentes que precisan los abonados de una agencia de noticias. Seguro de sus principios, abomina de quien carezca de la honradez y honestidad necesarias para poner su firma a una información elaborada por otro compañero en el anonimato y defiende que del buen periodista es reconocer que carece de las suficientes fuentes para lanzar una primicia que puede significar un salto al vacío sin paracaídas.
Enemigo de los neologismos y extranjerismos, asevera que cubrir el espectro de sus clientes equivale a tener que doblar su trabajo y realizar, por ejemplo, dos crónicas de un mismo partido en un tiempo récord. Pero no se queja. Sabe mejor que nadie que la rapidez a la hora de escribir es uno de los cánones que tiene que pagar el obrero de una profesión que tiene que ver en más ocasiones de las debidas con la satisfacción del ego que con el objetivo primigenio de informar.