El profesor Vicente Rodríguez, ex jugador y ex entrenador, realiza un recorrido emocional y nostálgico por la historia del básket coriano
Sevilla/La semilla la puso el tubo catódico. Primeros 60. Un país en blanco y negro. Y de o blanco o negro. Nadie en Coria del Río había oído hablar de baloncesto, ni había visto un partido, ni mucho menos conocía las reglas. Hasta que en los contados televisores que llegaban al pueblo, según recuerda el rector Juan Manuel Suárez Japón, se pudo ver a Luyk, Emiliano o Sevillano jugando con un balón, botándolo en el suelo y tratando de meterlo por un aro con una red que colgaba de él. Era el Real Madrid y no jugaba al fútbol. Esa chispa prendió en algunos jóvenes de Coria –más futbolero no puede ser un pueblo– que empezaron a ir a Piscinas Sevilla a ver aquel SevillaCF de básket que se medía con los grandes. Se propusieron imitar.
Eran tiempos de Villa Emilia, casa de campo frente a la Villa Alegría de Blas Infante, donde se improvisaron sendos aros anclados a las rejas de dos ventanas situadas en la misma pared. Así, la primera cancha de baloncesto en Coria no tenía las canastas una frente a otra, sino que estaban en el mismo plano. El suelo, de losetas de patio. De cuando la ilusión ganaba por paliza a la adversidad.
Piscinas Coria
Villa Emilia era para el verano y los cines de verano lo eran para el invierno. Primeras ayudas: nuevas canastas, nueva gente, un maestro extremeño destinado en Coria que daba a conocer las técnicas elementales del juego. Tiempos de la explanada en el Instituto Colegio Libre Adoptado (ICLA) ubicado en el Cerro de San Juan. De la Asociación Local de Baloncesto Amateur (ALBA) que entrenaba y jugaba, literalmente, en un patatal: un solar alquilado por su dueño por dos sacos de patatas, producción anual del terreno. ICLA absorbe a ALBA (donde juega Alejandro Sosa, gran fotógrafo y autor de la portada de este libro), y se funda el C.B. Coria... Primeras fichas federativas y primer patrocinio: Piscinas Coria.
En el Cerro: M. Campos, A. Rubio, R. Durán, A. Cantalejo (entrenador), M. Mora, M. Barajas, F. Casanova, Vicente Rodríguez, J.M. Suárez, F. Palma y M. Salas (delegados) y A. García.
Aparecen en esta escena, entre otros, Adolfo Cantalejo, quien da al proyecto un impulso que ya no tendrá marcha atrás, y Vicente Rodríguez Sosa, autor de este “libro de recuerdos”, que fue jugador, entrenador, bancario y profesor de Universidad antes que el jubilado que ahora es. En Coria y Baloncesto. La generación del Cerro 1963-1980, Vicente recorre muchos mundos, el suyo y los de aquellos que han dibujado esta bella historia que cuenta ya más de 60 años (aunque nació oficialmente en 1968), que hacen de él el club de baloncesto decano de Sevilla.
El autor, metódico, realiza una tarea ímproba de recopilación de datos, anécdotas divertidas, sentimentales, milagrosas e incluso peligrosas (la Brigada Político Social interpretó que las fichas con las siglas PC de Piscinas Coria significaban “Partido Comunista”), pasos importantes como la aparición de equipos femeninos... Terrenos de juego de hierba, albero, hormigón rugoso que destrozaba el calzado y la piel... Incluso una plaza de toros con paseíllo incluido. Todo ello hace de este libro (“antes que yo lo vieron Adolfo Cantalejo y Antonio Rubio”, dice Vicente) un viaje al pasado imprescindible para quienes engrosaron en aquellos años la familia del baloncesto sevillano y andaluz: el Coria no hubiese alcanzado el gran nivel que logró (aquel empate a 69 con El Palo-Caja de Ronda) ni hubiera sido lo que llegó a ser sin esos enemigos que, pese a la bronca inherente a cualquier rivalidad que se precie, regalaron para siempre amigos entrañables.
1984-85. Fulgencio Casanova (entrenador), Herrera, Sosa, J.A. Casanova, Tiravit, Osuna, Llano, Delmás, José Rocha (entrenador), Margaro, Blázquez, Alfaro, Rodríguez, Madroñal, Alonso y Fernández.
Nombres, muchos. No caben, pero todos son merecedores de un hueco en estas líneas. A los mencionados sumamos los de Manuel Rodríguez Buscató, quizá el mayor talento visto en estos 60 años (palabras de Abdul Jeelani, Paco Pozo, Alfonso Queipo, alma máter del básket malagueño...), Emilio Osuna, las familias Moreno-Peña, Zapata-Ortega, Casanova-De Alba (aquí otro nombre propio imprescindible, Fulgencio Casanova, que algún internacional generó) y Cebolla-Herrera (clave en el Coria actual), el brillante periodista Alejandro Delmás, Octavio, Rocha, Pavón, Andrés, Quico, Blázquez... Tantos...
Pero dejemos que sea el libro de Vicente Rodríguez el que nos recuerde que cualquier tiempo pasado fue... distinto. Más humano. Más romántico. Más currado. Un tiempo en el que todo estaba por hacer, nadie regaló nada y nadie se sintió solo. “Soledad es el vacío que a uno le hacen los demás”, sentencia el poeta Pedro Garfias. La afición jugó un rol decisivo en esta travesía y, gracias a ella, esta tropa nunca caminó sola. Hoy, tras algún tiempo de zozobra, la salud del Club Baloncesto Coria es fuerte como el amor. Y es que esta, amigos, es una hermosa historia de amor.
Septiembre de 1964. Coria A y Coria B disputaron un partido en el Estadio Guadalquivir, donde jugaba sus encuentros el Coria C.F.
Vicente Rodríguez, el mito discreto
Si Adolfo Cantalejo es el origen, Vicente Rodríguez es la huella. Si Adolfo es la leyenda, Vicente es el mito discreto. El libro es una suerte de Cinema Paradiso con 130 imágenes del fascinante mundo del deporte de la canasta en Coria del Río. No eran los mejores, pero sí los más competitivos, no eran los más altos, pero sí los que más casta ofrecían. Fiel a su personalidad, Vicente dirigió con sabia eficacia un grupo de jugadores que marcó una época dorada del baloncesto coriano. Unido a una apasionada afición, el Piscinas Coria de finales de los 70 era un equipo temido y respetado. Cada página del libro es un recuerdo contagiado de otro. Una hilera tras otra de palabras que van navegando por el río de la nostalgia. 358 páginas que hacen que yo imagine que, al girar una esquina del tiempo, está la primavera de aquellos años, juvenil e impaciente, fabricando los soles que aguardan por venir, buscando descifrar secretos territorios que una vez habité. Cada nombre, cada apellido es como un viejo perfume que, pasados los años, aspiramos de nuevo y nos devuelve rostros y abrazos, inexplicablemente ocultos bajo el hilo invisible del tiempo. Con total agradecimiento al ex jugador, ex entrenador y siempre profesor Vicente, y a todos los que han participado en este magnífico libro. / Antonio Toro