La búsqueda de la objetividad como máxima suprema no debe ser una reivindicación única de los periodistas que trabajan para una agencia de información, aunque ni siquiera en estos casos se pueda escapar de las dichosas presiones o de las más o menos patentes confrontaciones con los intereses económicos de la empresa. Yo no creo que la imparcialidad total, me parece algo prácticamente imposible, no porque no se desee, sino porque las circunstancias que rodean siempre a toda profesión, pero aplaudo a quienes como Gaspar Díez siguen reivindicándola.

El redactor jefe de deportes de Europa Press presentó un panorama sobre la estructura de trabajo de su agencia que en un mundo ideal sería posible, pero me pregunto –yo que nunca he trabajado en una agencia pero sí en un gabinete del gobierno gallego y conozco algo de las presiones y concesiones que existen entre fuente y emisor- cuántas veces choca ese planteamiento con el día a día de su trabajo. Entono el mea culpa, soy bastante escéptica sobre esta situación, ojalá me equivoque.

Sí comparto, por otra parte, la reivindicación de que nadie se debe apropiar de una información que facilitan las agencias. Colgarse medallas es algo muy propio de quien se siente inseguro de su propia capacidad, creo yo, así que coincido con Gaspar en que si el nombre de su empresa, en esta caso Europa Press, es su principal aval a la hora de hacer creíble una información, lo mismo se debe pensar en el caso de la firma de un profesional. Quién no es capaz de distinguir en su periódico de referencia qué periodista escribe o no una información sólo con leerla. Hay estilos, giros y formas de redactar que nos deben ir haciendo únicos, singulares, hasta creíbles, y no comprendo como nadie puede conformarse con tachar un nombre y poner el suyo para cubrir las horas de trabajo. ¿No se aburrirán? ¿Para qué han elegido la profesión de periodista? Yo tampoco lo entiendo.